5.11.05

Micky Friburgo

Eran los mismos guantes que antes había llevado Micky Friburgo. Los mismos con los que en veinte peleas había tumbado a veinte tíos. Pero las manos que ocultaban ya no eran las mismas. Friburgo dejó de ser el carnicero y se había convertido en un anciano con pantalones cortos. No tenía velocidad. Y sin velocidad se acumulaban las derrotas. Los años pasaban. Hasta los periódicos hablaban ya de la época dorada del carnicero. Aquella velada Micky volvió a ponerse sus guantes negros. Besó la medalla que colgaba de su cuello y se prometió no salir de las cuerdas habiendo perdido una vez más. Aquella noche la gente que acudió al pabellón se marchó habiendo vivido el sueño de la máquina del tiempo. Micky Friburgo había tumbado al reloj sobre la lona. Y ni siquiera hubo cuenta atrás.

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