6.8.16

Las respuestas



Habían pasado tres años y diez vidas la noche que abrió de nuevo la puerta. Luna en cuarto creciente y luz intermitente de farol, la misma en cuyas sombras antes sabíamos escondernos para besarnos con aquellas chicas que no querían besarnos en la calle. De nuevo la misma sensación de no saber bien qué explicaciones dar porque es difícil explicar aquello que no se entiende. Me perdí, les diría, y después sonreiría así con media sonrisa, con un eso es todo y un no sé qué más decir, muchachos y un las cosas suceden así y mejor no darle más vueltas. O necesitaba salir de aquí una temporada, chicos, ya sabéis, todos necesitamos huir por un tiempo cuando sientes que las paredes son más estrechas y el aire menos aire. O simplemente diría buenas noches, pediría un bourbon, luego otro, y esperaría a ver qué sucedía. Igual nadie preguntaba. Igual todo seguía ahí, como siempre y como siempre nadie haría preguntas porque nosotros éramos poco de hacernos preguntas porque sabíamos que no teníamos cuentas pendientes ni necesidad de explicaciones ni ganas de escuchar las excusas que se inventan cuando la realidad es como es y es mejor no darle demasiadas vueltas. Se lo había dicho ella, en una carta que llegó tarde pero llegó. “Sólo fíjate en las preguntas que te haces y para las cuáles aun no tienes una respuesta”, le escribió. “Ahí, entre ellas, estará tu historia”. Firmado en otra ciudad, en otro año, en otro verano que olía todavía a invierno. Desde entonces buscaba respuestas para preguntas a las que nunca supo responder. Preguntas que formulaba en voz alta incluso mientras caminaba por la calle y la gente le miraba como se mira a los tipos que hablan solos con la vista persiguiendo los pies o con la cabeza colgada en una nube o peor aun en la luz de una farola. No podía dar explicaciones porque aun no tenía las respuestas. Abrió y la puerta y entró. Saludó levantando la cabeza, rozándose la frente como si se tocara el ala del sombrero que no llevaba y se acercó a la barra. Cuando lo vio el barman puso el vaso corto sobre la barra y lo llenó de bourbon hasta el borde. “¿Te has fijado en la chica que se ha cruzado contigo en la puerta? Por una mujer así le regalaría mi alma al diablo”, le dijo. Después sonrió, dejó la botella junto al vaso y siguió limpiando la barra.