21.3.11

Lo decía el diario

Los periódicos traían muertes anunciadas en la portada. Almas errantes con los zapatos atados en las manos. Rostros de mujeres que olvidaron cómo se lloraba. Ecos de allá lejos, donde las chimeneas escupen humos amarillos y los niños crecen sin futuro. Tomaba café en una mesa apartada, en la cafetería del barrio, con la cabeza hundida en las páginas, la boca abierta, los ojos entornados y la taza ya fría. Lo leía, sin querer creerlo. Sin ser capaz de explicarle a los muchachos, después, que da igual lo que hagamos, que nada depende al final de nosotros. Que llevan razón las señoras que se hunden en los bancos de la iglesia. Que el Señor no manda ni es misericordioso. Que quienes guían nuestros presentes son otros señores a los que no vemos, a quienes no importa rezar. Si quieren encomiéndense a santos vengativos. Si quieren olvídense de todo y busquen la verdad en una botella. En cualquier sitio espera el demonio para devorar nuestros intestinos. Lo decía el diario, con letras grandes, cinco columnas. Aunque con otras palabras.