31.3.10

Y se marchó

Nunca supimos bien por qué lo hizo. No había pasado nada antes. Nada diferente de lo que pasaba siempre. Sólo llegó y lo dijo y lo hizo. Y no preguntamos. No era asunto nuestro. Después de tantos años pensé que había llegado su momento. Con eso teníamos suficiente. No era la primera vez que sucedía. Aunque siempre pasaba algo antes que lo cambiaba todo. Podía ser una mujer, un juez. Podían ser muchas cosas. Aunque siempre era una mujer o un juez. En aquella ocasión no sabíamos que existiese ninguna mujer. Tampoco lo perseguía ningún juez. Pero no dio una explicación. Estábamos todos. Como cualquier otro día. Juntos. Hablando. Riendo. Como cualquier otro día. Una noche más. Y él con nosotros. Y él hablando y riendo con nosotros. Ninguno lo supimos antes. Lo comentamos cuando ya había pasado y nadie sabía nada. Tampoco lo intuimos. Pero así fue. Las cosas a veces suceden y no hay que buscarles explicación. Por eso sabemos que no nos la dio. Aquel día era un día normal. Otro más. Estábamos todos. Y entonces lo dijo: me marcho. Y lo hizo. Nunca supimos por qué. No había pasado nada antes.

27.3.10

Sacarte a bailar

He visto tu vestido azul surcar la sala. Llevo toda la noche mirándote. Sé que tú también a mí. Aunque te ocultes tras esas dos amigas. De reojo. Se han cruzado nuestras miradas y has bajado la vista. Pero ahí estaban tus ojos, frente a los míos. Menos de un segundo. Suficiente. Sabes que lo sé. Nos separa sólo esta enorme sala y un montón de gente. Unos metros. Diez pasos. Quizá más. Los muchachos me hablan pero no los escucho. Río o asiento. Nada más. No estoy atento a lo que dicen. Sigues allí, al otro lado, con las tuyas. Te miro. Yo no bajo la vista. Mantenla, vamos, mantenla. Hazlo. Que nuestros ojos se encuentren. Que me digan algo los tuyos. Vamos, una vez sólo. No hace falta nada más. Demuéstrame que sabes algo más aparte de que te estoy mirando. Mírame sin bajar la vista y cruzaré la sala para sacarte a bailar.

23.3.10

Adiós, relojes

Contaban los años por cadáveres; los inviernos por amores rotos. Cada cosa duraba lo que debía durar. Ni un minuto más. El tiempo era un concepto que se manejaba según cómo soplase el viento. No importaba. Era otro sistema de medición. Otra forma de entenderlo. Los muchachos olvidaron pronto que el pasado es un lugar en el que siempre te has dejado algo olvidado que no te quitas de la cabeza. Sólo así podían seguir. Sólo de aquella manera no pasaban los años, sino que no pasaba nada. Los relojes, lo sabíamos, son grilletes con agujas que se mueven. Un baile obligatorio para todos en el que sólo suena una canción y siempre es la misma. El tiempo es lo que queremos que sea. Nosotros pondremos el calendario y diremos que ha llegado la hora de hacer algo o no hacerlo. Nadie más. Sólo entonces, sabíamos, podremos mirar hacia atrás sin temor a ver que no hemos avanzado. Algunas veces es mejor quedarse quieto. Sólo hay que saber cuándo ha llegado ese momento.

18.3.10

Dame la mano

Dame la mano. No temas. Sólo dámela. Cierra los ojos si quieres. Estira el brazo y dame la mano. Así, con fuerza. Vamos, puedes hacerlo. Sé lo que sientes. Sólo hay oscuridad. He estado donde tú estás. También tuve a alguien enfrente. De verdad, sé lo que estás pensando. Lo he sentido. No es fácil. Miras abajo y sólo ves ese enorme agujero que te engulle y que sabes que te engullirá. No hay salida, lo sé. No las ves. No la encuentras. Nadie te dice que existe. Por eso se apaga la luz. Sé lo que sientes. Yo también lo pensé. Dame la mano. Hazlo. No lo pienses. Hazlo si quieres, pero no tiene otra opción. Ésta, sí, es tu última oportunidad. No tienes nada que perder. No tienes nada que temer. No hay nada más abajo. A partir de ahora habrá luz. Más oscuridad es imposible. Piénsalo si quieres. Pero no tardes. Estira el brazo. Dame la manos. Agárrate con fuerza. Trenza tus dedos con los míos. Esto es lo único que te queda. Dame la mano. Vamos. Así, bien, hazlo. Aprieta fuerte. Ya está. Ahora mírame a los ojos. Hazlo. No te dejaré caer.

13.3.10

La maleta es un bolsillo

En un puño cabía todo lo que necesitábamos en aquel momento. Todo lo que poseíamos. Todo lo que no llevábamos ya puesto. Así podíamos salir en cualquier momento sin dejar nada atrás. No os preocupéis, muchachos, por la maleta. Un bolsillo. Con eso basta. El tabaco, dos billetes y las llaves de nada. Y correr. Si te dejas atrapar por los objetos y las personas nunca serás libre. Lo aprendimos. Lo entendimos. Corta las sogas que te unen. Despídete de la familia. Que no te atrape esa chica. Y no poseas nada que no pudieras ver arder tranquilamente en un incendio desde la acera de enfrente. Si no estarás atado a los recuerdos y los presentes. No nos lo podemos permitir. No. Si queremos llegar donde necesitamos ir sólo podemos hacerlo sin anclas, habiendo soltado todos los lastres, sin grilletes en los tobillos. No es sencillo. Abre la mano y mira lo que cabe dentro. Más allá de ahí cualquier cosa que añadas te hará ir más despacio. Cuanto más tengas más tardarás en salir. Cuanto más tardes en salir significará que nunca lo harás. Ponte el sombrero. Guarda tu mundo en un bolsillo. Y entonces echa a correr.

10.3.10

A punto de rendirme

Estoy cansado. Harto de últimas oportunidades. Casi rendido. A punto de hacerlo. Cada día me alimento peor. No se despega el sabor a ginebra de la lengua. Son malos tiempos. Lo saben los muchachos. Épocas que se atragantan y te atraviesan y nada puedes hacer. Sólo resistir. Un día. Y otro. Pero agota. Date una nueva oportunidad, no te dejes caer, me digo. Difícil conseguirlo. Ni con su ánimo ni con su compañía alrededor se disipan estos malos augurios de que todo siempre puede ir peor. Lo sé. Lo saben. Y otra mañana igual. Y la misma noche. Y entre medias un largo día, otra estación vacía, otro giro a la llave equivocada. Estoy cansado. Es lo que hay. A punto de rendirme. No lo hagas, insisten los muchachos. Contigo caeríamos todos, suplican. Y lo sé. Y lo saben. Pero es lo que hay. Es una mala racha y punto. No le deis más vueltas. Mañana será otro día, quizá. Tarde o temprano volverá todo a ser igual. Eso es lo malo. A estas alturas, les digo, entre tragos, se trata de que no vuelva nada a ser lo mismo. Romper el círculo. Escapar. Y todos asienten. Pero ninguno sabemos cómo conseguirlo. Así seguimos. A punto de rendirnos. Aunque nunca lo haremos.

8.3.10

Yo quería ser ellos

Me pasa siempre, maldita sea, y nunca sé cómo evitarlo. Salgo del cine hipnotizado, callado, sin querer hablar con nadie ni mirar a nadie. Por eso prefiero ir solo a hacerlo con los muchachos. No quiero que nadie me saque de ese mundo en el que entro tras hora y media de sesión. Estoy allí, en la pantalla, todavía cuando salgo. Imaginando que soy el protagonista, sea quien sea. Ese galán que las besa mientras cierran los ojos y las acaricia las mejillas hasta que se derriten y le dan la vida. O ese bebedor, perdedor empedernido, que canta por no llorar, y que se retuerce en madrugadas extremas, pero con estilo, siempre con estilo, siempre malditamente bello, salvaje y puro. Me veo en todos ellos y no soy ninguno. Pero durante hora y media me engaño. Y después, cuando salgo, todavía andando como los astronautas, sin gravedad, a pasos que flotan. Aún estoy allí, aún soy ellos. Siempre quiero ser como ellos. Escapar de esta realidad, por fin, para llegar a la otra. Aunque se retuerzan las madrugadas entre vasos de bourbon. También aquí lo hacen, pero todo es más sórdido, más triste, más real. Por eso quiero ir al cine solo. Y que nadie me interrumpa cuando esté en ese otro mundo. Y que nadie me recuerde que aquello es sólo una película. Y que nadie me hable para despertarme. La verdadera huida, aunque sea falsa, aunque me engañe, aunque dure apenas media hora más que la película, no admite compañeros de viaje. Lo sé. Nunca se lo diré a los muchachos, por supuesto.

5.3.10

Las manos temblando

Extiende las manos. Con las palmas abiertas. Las dos a la misma altura. ¿Lo ves? Tiemblan. No las apartes. Déjalas. Las palmas hacia abajo. ¿Lo ves ahora? No, no es porque yo las esté mirando. Lo sabes. ¿Por qué dices eso? No es la primera vez. Te sucede desde hace tiempo. Ya me había dado cuenta. No te quise decir nada. ¿Desde cuándo estás así? ¿Por qué no dijiste nada? ¿Creíste de verdad que podrías ocultarlo? Esto no se tapa con una venda. Así no puede ser. ¿Lo ves? No han parado de temblar desde que las has extendido. Y ahora qué vamos a hacer, muchacho. ¿Por qué no me dijiste nada antes? No, no sé que hubiéramos podido hacer, pero algo seguro que se nos habría ocurrido. ¿Cuánto tiempo hemos dejado escapar? Quizá demasiado. Déjame pensar. Maldita sea. No sé qué hacer. Mierda. ¿Lo ves? No las quites. Déjalas temblar. Ya es demasiado tarde para taparlo. Ya no puedes. ¿No comprendes que se ve? ¿No entiendes que lo había visto hace tiempo pero que no quise decir nada? Pensé que sería una mala racha. Algo que estuvieses tomando. Ya sabes, después de aquello sé que lo pasaste mal. No me quise meter. Debí haberlo hecho. Es culpa mía. Y ahora seguramente ya sea tarde. Deja las manos extendidas. Con las palmas abiertas. ¿Lo ves? Esto siempre significa algo. Las manos son el maldito espejo del alma, chaval. ¿Ves como tiemblan? Eso significa que ya no puedes boxear.

3.3.10

Su aroma, y pensar que fuese el mío

Aquella muchacha. Sí, era aquella muchacha. Si estaba allí lo sabía. Sólo con entrar a cualquier sitio su olor se me metía en la vértebras. Hay detalles evocadores. Siempre los hubo. Sensaciones que son como un buen viaje y, de pronto, te llevan a otro sitio lejos del que estás. Ese lugar al que siempre habías querido ir y al que nunca habías sabido llegar. Aquella muchacha era así. Lo sabía sólo con cruzar la puerta. Aquel aroma se me metía en los empastes y me empastaba el cerebro. Ya no podía pensar en nada más. Buceaba entre aquella neblina, sin querer respirar de nuevo nada más. Con eso tenía suficiente para soñar durante horas. Hasta que se empezase a disipar el recuerdo y necesitase una nueva bocanada. Con eso tenía. No se lo conté a los muchachos, desde luego. Se hubieran reído de mí. A aquellas alturas naufragar por el aroma de una mujer que no te hace caso hubiera sido un síntoma de debilidad difícil de explicar, imposible de comprender. Más aún si eres parte de un castillo de naipes en el que el as de picas vale tanto como un cuatro de tréboles. Pero aquella muchacha, así os lo digo, me hechizaba y no encontraba yo antídoto más allá de respirar fuerte, más profundo cada vez, para que jamás se me olvidase a qué huelen los sueños imposibles, las mujeres inalcanzables, aquello, imagino, que algunos llamaban felicidad. Otra vida, vamos. La victoria. No sé. Ella, sólo, quizá. Su aroma. Y pensar que fuese el mío.

2.3.10

No era sólo viento

Dicen que una señora se fue volando. Intentó agarrarse a una farola pero llegó tarde. La han visto pasar por la zona este, encima de los tejados. Aún chillaba. Soplaba el viento, sí. Ráfagas tremendas. Pero no creímos aquella historia que circulaba por el barrio. Estas historias siempre son la misma. Una señora tropieza en una esquina, lo ve alguien y lo cuenta y para cuando te llega a ti, a tres barrios de allí, la señora aún sobrevuela las azoteas. Por supuesto, nosotros también lo comentamos en el bar. A fin de cuentas fuera el viento arrastraba contenedores de basura y nadie se atrevía a salir. La ciudad era una lluvia de sobreros dispuestos a golpearte duro si te descuidabas. Allí dentro lo escuchábamos, al margen de todo, como quien oye caer morteros desde una trinchera sin agujeros, sin mapas. Uno de los muchachos contó la historia de la señora que volaba. No la cambió. No lo necesitaba. Ya vendría otro después para hacerla aterrizar o para llevarla a otra ciudad. Así pasamos el rato aquel día, mirando a través del cristal aquella calle que limpiaba el viento. Aquello era bueno. Aquello sólo podía significar algo bueno. Si llega un huracán y arrolla a su paso quizá se lleve también todos esos obstáculos que con los años se fueron quedando anclados en el barrio. El miedo, la desesperanza, las certezas. Por eso veíamos aquel viento pasar al otro lado del bar como un exorcismo. Era sólo viento. Lo sabíamos. Pero si se había llevado a aquella señora de allí, también quizá pudiera sacarnos a nosotros de aquí.