11.9.11

¡Pero si tienes vértigo!

Cuando tomó los mandos de la aeronave intentó recordar lo que le había dicho el instructor. Se imaginó dos años antes, sentado en su simulador, escuchando a aquel hombre que contaba entre clases las batallas de una guerra a años luz, en una selva que no sabía situar en los mapas. Se ajustó la corbata, en un gesto repetido tantas veces frente al espejo, esta vez sin poder verse al otro lado del cristal, la raya del peinado en el lado contrario. Se estiró también las mangas de la camisa, para evitar las arrugas del antebrazo, hasta cubrir el reloj. Y se miró las uñas de las manos, extrañado por no haberse percatado aquella mañana que debía habérselas cortado hacía varios días. Estaba bien. Contento. Había dormido plácidamente la noche antes y el café con leche le había espabilado del todo. Las azafatas, sobre todo una, menuda, atlética, sensual, le habían sonreído en el finger de acceso. Les devolvió la sonrisa, a pesar de su timidez frente a tres mujeres juntas, y se metió en la cabina. Faltaban quince minutos para despegar. Se ató de nuevo los cordones, hasta cuatro veces lo hacía antes de despegar para asegurarse que estarían bien atados durante el vuelo. Era 11 de septiembre. Había amanecido pocos minutos antes. Brillaba el sol. Nos lo contó uno de los muchachos. Había anochecido ya. Jamás había subido a un avión. Apenas salía del barrio. Pero aquella noche soñó que era un apuesto piloto dispuesto un día más para sobrevolar el mundo. Cuando se despertó se marchó a la fábrica. Al final del día recordó el sueño y lo compartió con nosotros. ¿Tú, piloto? Nos reímos. ¡Pero si tienes vértigo!