28.6.10

Olvidad que fuisteis felices

Lo fuimos. Sí. No hace tanto tiempo. Ahí fuera, como ellos. Ahora los miras. El futuro era mañana. El pasado diez minutos atrás. Los relojes los llevaban tus padres cortándoles la circulación de las muñecas. Después supimos que no fue la única parte del cuerpo. Ahí estábamos. En la calle. Siempre en la calle. Buscando los rincones donde las calles dejan de ser calles. La oscuridad que te esconde. La protección frente a las madres que se asomaban a las ventanas para chillarnos. Lo fuimos. No pasó tanto tiempo. Aquella sí era vida. Los muchachos, a veces, lo recordaban. Absurdo, les decía, dejaros atrapar por el fantasma de los recuerdos. Atados a ellos no avanzaréis. La gente que recuerda no tiene mañana. Pero no les importaba. Cada vez que algún niño jugaba ahí fuera salían al umbral y lo veían. ¿Recuerdas?, se decían unos a otros. En aquella época nada nos asustaba que fuese real. Ahora todo lo que de verdad nos asusta sabemos que es real. No lo penséis, dejadlo, no tiene sentido. Perdéis el tiempo recordando. Soltad lastre. Olvidaos ya que fuisteis sólo niños, ni siquiera hombres. Olvidaos de que este mundo no siempre fue una amenaza. Olvidaos de que fuisteis felices.

22.6.10

Haz girar la botella

Ya está. Hasta aquí hemos llegado. El final del camino. El último lingotazo a la botella vacía antes de ponerla sobre el camino y hacerla girar. Donde señale. Allí será. Así lo haremos. Y no volver a mirar atrás. Lo vimos. Lo sabíamos. Lo practicamos. Una encrucijada. Ninguna decisión acertada. Todos los fantasmas aguardando a nuestras espaldas. Y esa humedad en las vértebras cuando sabes que algo saldrá mal y no te importa. Tú y nosotros. Nada más. Nadie más. No esperaremos. Aquí termina todo. Decide. Tú o nosotros. Elige las armas. Estira la mano. Aférrate mientras puedas. Termina la botella. El último trago. Dámela. Así. ¿Lo ves? No preguntes. La haremos girar. Donde señale iremos. No preguntaremos. Es la mejor decisión que podíamos haber tomado. ¿Volver? Sabes que no.

21.6.10

En su habitación

Se encerraba en su habitación para soñar. Y no necesitaba más. Con la radio sonando atronadora y tapando las voces al otro lado. Así, haces bien, muchacha, no puedes escuchar a tu padre. Las fauces húmedas al otro lado del cristal. Las fotos de sus héroes en la pared. Correr a casa cada día. Apagar las luces. Buscar otro mundo dentro de éste. Algo, siempre, brillará en un rincón. Lo sabía. Por eso apenas salía de su refugio. Su guarida. El único lugar en el que podía huir por unas horas. La única estación para desaparecer. El único consuelo para una salvación que, en cualquier momento de la noche, desaparecía cuando aquel tipo abría la puerta. Entonces llegaba la tormenta. Déjalo, chica, no llores más. Déjalo ya. Rompe los muros. Olvida tu habitación. Tendrás que correr más.

14.6.10

Entonces, sólo entonces, sopla

Se filtraba el calor por la ventana. Lenguas de fuego en mitad de la noche. Verano en la maldita ciudad. Y la cama sudando conmigo encima y yo girando. Los ojos abiertos como bolas blancas de billar. La almohada aplastada, a un lado, vencida en la batalla. No puedo dormir. Tampoco ayuda el alcohol de más con los muchachos. Si mis pulmones no quieren respirar que no lo hagan. Al menos que me dejen dormir. Si se para el corazón, que lo haga mientras duermo. No quiero que nadie descubra mi cadáver con los ojos abiertos y el pánico al fondo a la derecha en las pupilas. Otra noche igual. Otra vuelta. La misma habitación. Y tratar de no pensar. Y cerrar los ojos para convencer al cuerpo. Pero las piernas se agitan. Y la memoria se activa y se empeña en recordar todo aquello que quieres olvidar. Como aquel tipo, sin dedos en la mano derecha, levantando su muñón entre los harapos. Como aquella vez, el día antes de morir en aquella escalinata, congelado en mitad del invierno. Como aquel grito que me dio cuando era un niño. Se paró delante. Me señaló con su mano sin dedos. Y chillo: “Cuando el mundo sólo sea ceniza, entonces sopla”.

8.6.10

Todo había pasado ayer mismo

Hay historias que se repiten. Otras que nunca terminan. Lo mismo. Un círculo. Una línea recta. Nunca un final. Como la del aquel tipo, ya sabes, aquella que repetían los muchachos en el bar entre cervezas. Y cómo había salido de allí aquella noche con los pantalones solo y los zapatos en la mano y había regresado, años después, para morir de aquella manera, descalzo. Contaron su historia durante años imaginando dónde se había ocultado aquel tiempo. Nadie supo nada. Nadie se atrevió a preguntar. Ni la policía, cuando entró aquella madrugada en su casa, hizo preguntas. Se había marchado. Ya está. Ya volverá. O la de aquella muchacha, que huyó otra noche, todo pasa siempre de noche, persiguiendo algo que había soñado. Dejó en casa a su marido y a sus dos hijos, se subió en un coche y escribió una carta, desde algún lugar al norte, explicando que se había ido. Los muchachos la recordaban. Todos decían haber leído aquella carta. Ninguno lo había hecho. Pasaron los años y un día, en el mismo bar, entró un grupo de chavales para tomar una cerveza. Los habíamos visto crecer en aquellas calles. Apenas niños dejando de serlo. Nos conocían. Nos miraron, asentimos y entonces pidieron sus bebidas al camarero. Reímos y seguimos a lo nuestro. Pero de fondo, aquel día, cuando aquellos chavales se habían relajado ya tras haber cruzado aquella puerta, pude escuchar que contaban la historia de aquel tipo que había salido a la carrera con los zapatos en la mano. Y la de la mujer que una noche, tras hacer la maleta en silencio durante el día y esconderla bajo la cama durante la cena, había despertado en mitad de la noche para subirse a un coche. Nada había cambiado. Todo había pasado ayer mismo.

6.6.10

Ella no regresó

Cuando regresó no era la misma. Apenas hablaba y bajaba la cabeza pegando la barbilla al pecho. Dos palabras y después se apresuraba a marcharse. Siempre buscaba la salida libre. El hueco por el que escabullirse. Ella, que hablaba a borbotones. Ella, que contaba las mejores historias. Ella, que lo sabía todo. Pocas mujeres había allí con las que tuviésemos una confianza así. Eran sólo palabras. Era nuestra aliada. Jamás ninguno de los muchachos pensó en llevársela a la cama. Sabíamos que ella no. Era diferente. Era la excepción. Ella nos ayudaba. Nos alertaba. Nos contaba todo aquello que sólo ella podía. Recorría las calles hablando con todos. No había nadie así. Ahora regresaba, con la mirada perdida y las manos cruzadas. La saludamos y nos devolvió el saludo, mirándonos furtivamente sin llegar a conocernos. Su padre la llevaba agarrada del brazo por el codo. Vamos a casa, hija, allí estarás bien, lejos de ellos. Él, su padre, fue quien la quiso llevar a aquel hospital. Hoy le habían dado el alta. Hoy volvía a casa. Pero ella no en realidad no regresó.

1.6.10

Olía flores y buscaba el muerto

Ya se estropeará. Ya se torcerá. Ya se hundirá. Aquel tipo era así. No importaba lo que sucediese o de qué se hablase. Siempre respondía lo mismo. Aquel hombre olía flores y enseguida buscaba el muerto alrededor. Lo conocíamos y sabíamos que nunca era agradable hablar con él. Pero le dejábamos acercarse. Llegaba con pies plomizos, arrastrando las suelas, y las manos en los bolsillos. La mirada clavada en las baldosas. Se unía a nuestro grupo con un leve movimiento de barbilla. Los ojos grises. El pelo a un lado, más ayer que mañana. El traje oscuro. No hablaba. Sólo escuchaba. Si los muchachos contaban la historia de una chica sonreía. Ya aprenderéis, les decía; cosa de los años, añadía. Los besos dejarán de ser besos y serán mordiscos. Si recordaban una buena pelea, de esas que se ganan cuando está todo perdido, les recordaba que llegaría el día en que estuviese todo ganado y se perdería. Y así siempre. Y así cada vez que se acercaba, con aquellos sobres lacrados de malas noticias en los bolsillos. Es angustioso, decían los muchachos, tener cerca a un carroñero diciendo que todo, siempre, lo quieras o no, terminará yendo mal. Hay cosas que sabes pero prefieres no recordar. Aquel tipo se empeñaba en hacerlo. Sentimos siempre lástima por él. Nunca se lo dijimos. Ayer murió. Le llevamos flores al velatorio. Tenía razón, el maldito: no importa dónde te escondas, ella te encontrará.