21.11.12

Nunca se abandona Desolation Road

La última vez que caminé por Desolation Road amanecía en otro país y un avión sobrevolaba otro mundo, a diez mil pies de altura. Una niña saltaba sobre baldosas amarillas en una calle desierta. Y una madre llamaba a un niño desde una ventana. La última vez que pisé el barrio de Desolation Road los muchachos me esperaban en el bar. Los cigarrillos encima de la barra. Una copa para mí. El penúltimo brindis. Y una canción irlandesa sonando, como siempre, de fondo, como suenan las canciones irlandesas. La última vez que vine aquí era otro mundo. Yo quería ser otra persona. Todo es lo mismo. Hoy vuelvo a Desolation Road con los zapatos limpios y corbata. Un funeral. Otro adiós. He visto mi cuerpo tumbado a las puertas de un infierno que me dicen que no existe, que cerraron. Y una cruz apuntalada a la pared. Y una Biblia en un cajón. Y uno de los muchachos acorralado en un rincón, con los ojos en una ventana a un patio interior. La última vez que vine a Desolation Road habían pasado diez años desde que llegué. Una vez que no lo fue. Hoy vuelvo como si nunca me hubiera ido. Porque si algo saben los muchachos es que por mucho que uno se ponga chaqueta y corbata, por mucho que los curas te mencionen en sus pregones, por mucho que se cruce la ciudad o dos océanos, nunca se abandona Desolation Road.