1.1.07

Temblando

Si yo no hubiera sacado aquel arma, ahora seríamos uno menos. Cuando hay que elegir debes hacerlo. No importan las consecuencias. Eso ya vendrá después. Si el mundo debe decidir entre uno de mis muchachos y otro tipo cualquiera que se equivoca, se mete donde no debe y encima quiere ganar, yo ayudo al mundo a decidir. Hay momentos en la vida de uno en los que el pulso no debe temblar. Cuando tienes la conciencia despejada, no tiemblas. Puedes hacerlo con las mujeres, ¡oh, malditas mujeres! Ahí no te queda más remedio que temblar. Porque además sabes que ahí no te sirven de nada los muchachos. Sólo con ellas puedes temblar. Y con la familia, en todo caso. Esa es una pesada herencia obligada que no puedes dejar atrás. No la bendigo. Nunca fuimos de los que cuidaron de su sangre sin importar el precio. Nuestra verdadera familia la hicimos nosotros, en la calle, a fuerza de golpes recibidos. Para formar una familia, de verdad, los golpes que das no cuentan. Sólo importan los que recibes. Pero no hay más familia. Pero la otra no se puede dejar atrás. Por mucho que quieras soltar lastre, no puedes. Por eso te queda el consuelo de temblar. Pero nada más. Por eso no temblé. Era uno de los nuestros o el otro. Los jueces no entienden nunca este tipo de cosas. Esos son señores que sólo piensan en la sangre de su sangre. Son hombres que se permiten temblar por todo. ¿Lo volvería a hacer? Aunque no pudiese volver aquí jamás.