26.4.10

Vuelvo a las calles

He tardado en recuperarme. Las heridas físicas se curan pronto. Cicatrizan y punto. Después muestras las cicatrices. Son el cuaderno de bitácora de este viaje. La única conciencia que en ocasiones queda. Para algunos, su último reducto de moral. Para mí son un álbum de fotos. También para los muchachos. Una cicatriz es un libro. Sólo hay que saber leerlas. Pero las otras heridas no curan tan pronto. Lo sabíamos bien. Esas siguen sangrando por dentro. Aunque los huesos se suelden los nervios te dicen que no está todo bien. Sales entonces a la calle mirando a ambos lados. Nervioso. Temblando. Hasta que no te rodean los muchachos no estás en casa, no estás seguro. Temes las sombras de los objetos, la llegada de la noche, las palabras que se escuchan a lo lejos. Son heridas para las que no existe tratamiento. No hay puntos de sutura para cerrar ciertos cortes. A todos nos ha pasado. A todos nos pasa. Esas heridas nunca se cierran del todo. Cada cierto tiempo, sin previo aviso, vuelven a sangrar. Y un día cualquiera sales a la calle y corres para llegar donde están los tuyos. Corres empujado por todos sus fantasmas, que te persiguen e intentan no dejarte respirar. A mí me pasa. Después de aquello me rehice. Pensé que ya estaba. Sólo quedan algunos rastros en mi cuerpo. Nada que me vaya a matar. Vuelvo a las calles, me dije. Así he salido. Los muchachos se alegran de verme. Pero sus ojos dicen todo lo contrario. Me han visto llegar sin poder respirar. No puedo engañarlos.

21.4.10

No hay límites

¿Había un límite? Nunca nos lo dijeron. Por eso no queríamos parar. Lo peor que te pueden decir es que hay un punto a partir del cual no puedes seguir. Entonces no avanzas. Sabes que llegarás a un muro y chocarás. Sabes que aunque quieras no podrás continuar. Te bloquea y te rinde. Bajas el ritmo, la velocidad, te detienes. Y entonces desapareces. Así era siempre. Todo igual. A todos nos ponen esos límites desde que nacemos. En cada momento. Siempre hay alguien a quien le dijeron que esos límites existían que se empeñará en hacerte saber que esos límites siguen existiendo. Con nosotros fue igual. Durante mucho tiempo nos contaron que la barrera está ahí, esperando a que quisiéramos atravesarla. Ya lo comprobaréis, ya, nos decían altivos, seguros, resignados. Aprendimos que había límites. Hasta que aprendimos también que no debíamos escuchar a aquellas personas. Entonces descubrimos que al final del camino siempre hay más camino. Que el muro somos nosotros mismos. Que las fronteras eran un invento del Gobierno. Dejamos de escuchar y no paramos. Así seguimos. Sin aquellas personas no hubiéramos aprendido que realmente no existen esos límites. Por eso preferimos pensar que nunca nos lo dijeron.

15.4.10

Qué rápido era el maldito

Nunca me habían golpeado así. Ni lo vi venir. Todo era normal. Como siempre. Un baile de pies. Un cruce de ladridos. Medirnos las distancias. A veces todo quedaba ahí. Llega alguien y te aleja de aquello y al otro también. La nube se disipa. Aquella vez no. Bailamos. En círculos. Mis ojos sobre los suyos. Pasos lentos. Como astronautas en el espacio. Así deben sentirse. Los puños se abren y se cierran. Los antebrazos tensos. Respiras rápido. Te tiemblan ligeramente las piernas. Pero los pies se deslizan firmes. No sabes cómo empieza, no sabes cuándo acaba. Son señales. Siempre las hay. Te dicen que comenzará la función en pocos segundos o que al final no habrá espectáculo. Aquel día no. Allí estábamos, frente a frente. Y no lo vi venir. Fue un golpe directo al occipital derecho. Uno de esos que convierten tu cabeza en una coctelera. Tu cerebro es hielo picado. Caí al suelo. He despertado hoy. Una semana después. Disculpad el retraso. Vuelvo a la carga. El próximo día yo quedaré de pie. Qué rápido era el maldito.