31.8.10

Mátame

Mátame. El próximo día, hazlo. Antes de que abra los ojos. No dejes que vuelva a suceder. Atrapa mi cuello con tus manos y no lo sueltes hasta que deje de agitarme. Trata de calmarme al mismo tiempo. Susurra a mi oído junto a la almohada húmeda. No protestes. Sólo hazlo. No lo dudes. Si vuelvo a chillar así durante la noche no esperes que despierte. No me preguntes. No trates de tranquilizarme. No me digas que no pasa nada. Olvídate. Antes de que pueda despertar, mátame. Está en tus manos. Elije tú cómo lo haces. No pondré objeciones. No podré. Sólo hazlo. No importa la hora. No te preocupes por lo que pase después. Actúa. Si chillo durante la noche no me preguntes por qué lo hago. La única forma que dejaré de chillar será si no respiro. Esa es la solución, chica. No te puedo dar más explicaciones. No entenderías porque grito en mitad de un sueño. No comprenderías porque no salgo de algunas pesadillas. No intentes entenderlo. No preguntes a los muchachos. Tampoco ellos te dirán nada. Si chillo, mátame. Hazlo antes de que abra los ojos. Para que no pueda mirarte a los tuyos. Si no, no te quejes porque no te dejo dormir. Ya sabes donde está la puerta.

26.8.10

Maldito perro hogar

Hubiera preferido no volver. Imagino que no tengo nada que decir. O que lo que puedo decir es mejor no decirlo. O que mejor me gustaría inventarme algo que decir. La realidad es puñetera. La verdad es como un análisis de sangre. No engaño al doctor con los resultados delante igual que no me engaño a mí mismo. Sólo los muchachos hacían la vista gorda. Como yo la hacía con ellos. Conocíamos policías en otros barrios que miraban el cielo azul buscando nubes cuando un camión se acercaba a esquina. Vigilantes a los que le saltaba la alarma de la vejiga cuando algunos tipos se acercaban con las manos en los bolsillos. Nosotros éramos igual. Sí, pero sabíamos que nos acobardábamos. Preferíamos hacerlo a insistirle a uno de los muchachos tantas veces que abriese los ojos. Aquello no cambiaba nada. Nadie mentía después. Todos sabían que el doctor seguía ahí, al otro lado, con las gafas asomadas a las nariz y voz de malas noticias. Simplemente nos dábamos respiros. No siempre necesita uno que le digan que está perdido para saber que está perdido. Sinceramente, hubiera preferido no volver. Haciéndolo me he vuelto a dar cuenta de que estoy perdido. No ha hecho falta esta vez que me lo dijese nadie. Bienvenido, dice mi felpudo. Maldito perro hogar.