8.10.06

Ausencias

No diré nada. Mejor que no se sepa porque no estuve aquí. De todas formas, nadie me llamó. Los muchachos sí me tuvieron a su alcance. Siempre que me necesiten estaré con ellos. Lo saben. Yo también lo sé. Es la ley que tenemos. No hay nada más allá de la fidelidad... El resto del mundo puede seguir girando. O pararse. A nosotros nos da igual. Estuve fuera. Dejémoslo ahí. Cuando creí que volvía para quedarme tuve que marcharme de nuevo. No preguntéis. Las cosas son como son. Esta vez vuelvo a casa. Me han llamado los muchachos y me ha dicho que me necesitan. El mundo se está parando. Hemos compartido unas cervezas y hemos sentido el vaivén y el vértigo. ¿Miedo? No, nunca, jamás.

28.2.06

Trabajo

Me vestía tan bien que las señoras del barrio me paraban por la calle, apretaban mis mejillas con sus manos y me decían que estaban orgullosas de mí. Cuando era niño hacían lo mismo, pero entonces me reñían. Pocas veces se ponía uno chaqueta y una corbata. Sólo en los funerales y en las bodas lo hacíamos. Para nosotros eran cosas parecidas. Fuese lo que fuese, perdíamos a uno de los muchachos de nuestro lado. Aquel día los llevaba porque quise ir a buscar trabajo. Salí más allá de nuestras manzanas y llegué a un edificio con un hombre a la puerta. Me indicó la dirección y subí. Arriba esperaban otros como yo: chaqueta prestada, pelo húmedo con marcas de peine, manos inquietas, ojos perdidos. Yo entré con la cabeza bien alta. Algunos sufrían y se les notaba. Mascullaban en voz baja “necesito este trabajo, necesito este trabajo”. Después de una hora allí la gente estaba aún más nerviosa. Había dos tipos que no paraban de dar vueltas en círculo. Uno que tenía al lado quiso hablarme. Me mostró una foto en blanco y negro de una niña. Todo valía para hundir a los demás. Me levanté y me largué. Las señoras del barrio estarían orgullosas de mí.

22.2.06

He vuelto

Aquel juez se equivocó. Sí, se equivocó. Vaya si se equivocó. Hice lo que hice porque tenía que hacerlo. Nadie deja solo a uno de los muchachos. Y menos si se le echan cuatro encima. Aquel tipo merecía aquella paliza y mucho más. Puede estar contento de seguir respirando. Sólo le partí los brazos y la mandíbula. Pero al juez no le importó. Dio con su martillo un golpe seco y me mandó encerrar. He salido pronto. Entre rejas tenía un compañero que cantaba toda la noche. Decía que él marcaba su ritmo. Yo ya estoy fuera. Han sido unas vacaciones cortas. Los muchachos fueron a buscarme a la salida. A mi compañero de celda aún le quedan varios años. Seguirá cantando. Me lo prometió cuando nos despedimos. He vuelto para quedarme.