26.5.10

Y nadie le dijo nada

Llevaba un rato ya mascullando. Chillando a veces. Increpando alrededor. Molestando. Intentábamos no hacer caso. Estará borracho, dijimos. Estará loco, pensamos. En la mesa del fondo un hombre bebía solo, con la cara agazapada entre las manos. Sólo en la penumbra. Su penumbra. Aquel otro tipo seguía hablando en voz alta, lamentándose y lanzando palabras alrededor. Las mujeres están mejor todas muertas, dijo, de repente, cuando pasó frente a él una muchacha. Y el hombre del fondo, ni lo vimos, como un maldito rayo, saltó a su mesa y lo derribó. Clavó las rodillas sobre su pecho en el suelo y le agarro el cuello con ambas manos. Intentamos quitarlo de allí, pero aquel tipo no reaccionaba. No lo soltó hasta que dejó de respirar. No pudimos soltarlo. No supimos hacerlo. Tal vez no quisimos. Esta mañana ha muerto mi mujer, nos dijo, mientras se levantaba. Estaba en calma. Los ojos vidriosos. Las manos temblando del esfuerzo. Se acercó a su mesa, recogió su chaqueta del respaldo de la silla y se marchó, andando despacio, my despacio, por aquel bar silencioso. Con los hombros y la cara caídos. Y nadie le dijo nada.

23.5.10

No soy exigente

Lo repetía. Exactamente igual. El mismo tono. La misma seguridad. La misma sencillez. Todo igual. Los muchachos aplaudían. Una imitación genial, decían. De vez en cuando, en el bar, después de unas cuantas cervezas, alguno me pedía que lo dijese. Yo dejaba mi silla, me levantaba y caminando hacia la puerta pronunciaba aquellas palabras. Todos reían. Con eso bastaba. Después trataban de repetirlo. Ya no era lo mismo. Lo ensayé, frente al espejo, muchas noches, solo, cuando la luz no existe y los fantasmas habitan las sombras. Una y otra vez. Pero no era una imitación. No imitaba a nadie. Sólo repetía algo que desde que lo escuché había creído. No soy exigente. Me basta con una muchacha que tenga talento, sea bonita, muy cariñosa, amable, elegante, encantadora y libre. Los muchachos se quedaron con la pose. Yo con el mensaje.

18.5.10

Arde Valhalla

Mujer, ¿sabes? Soñé que ya llegaba.
Tenía miedo. No debería. Pero soñé que luchaba en un prado
Y que me atravesaba una espada
Y yo caía con los ojos en los nubes,
sin soltar mi empuñadora,
pero entonces tenía miedo.
Mujer, ¿sabes? No se lo cuentes a nadie
He pasado miedo y sólo ha sido un sueño.
He visto muchos hombres morir allí en los campos
y algunos juraría que tenían el miedo en los ojos.
Mujer, ¿sabes? Cualquier día, ya soy viejo, llegarán espadas más rápidas que la mía
y entonces seré yo quien se recueste en la hierba y mire al sol a los ojos.
Sé que los otros están allí. Ya cruzaron las puertas. Ya celebraron su banquete.
Sé que allí seremos felices porque nos lo prometieron.
Después de tantos años de guerra sólo nos queda ser felices.
Pero, ¿sabes, mujer? Ahora mientras dormía he despertado de golpe pensando
que todo aquello que creía no era más que un cuento de mercader,
otra historia traída del sur,
y que cuando me llegue el momento
encontraré las puertas del Valhalla cerradas y un cartel
que dirá que aquello nunca estuvo abierto.
¿Qué haré entonces, mujer? ¿Volver?
¿Sabes, mujer? Mejor no se lo cuentes a nadie.
Dejaremos que lo descubran ellos mismos.

10.5.10

Yo no moriré

Tumbado boca arriba. Quieto. Las piernas estiradas. Cada vez me muevo menos en la cama. Cuando duermo, claro. Los muchachos se reían cuando se lo contaba. Como un muerto. Con los brazos sobre el colchón pegados al cuerpo. Incapaz, no sé por qué, de posarlos sobre el pecho, cruzados. Incapaz de reposar las manos sobre el tronco. Siento el corazón latir bajo las palmas y el cuerpo me devuelve escalofríos. Mi cabeza se lanza a pensar. ¿Y si se para? ¿Y si deja de latir? Siempre lo mismo. Cualquier latido en mis manos me obliga a retirarlas. No quiero sentir mi propio corazón. Cuántos latidos son normales. Cómo deben ser. Qué intensidad. Qué fuerza. El día que el motor se ralentice sé que la función habrá terminado. Prefiero no pensar en ello. No podría. A los muchachos no se lo digo, pero tengo un miedo atroz a que me visite esa dama de negro con la que no quiero bailar. Me despierto en mitad de la noche pensando en ella. Hoy aquí y mañana nada. Y así todos. Prefiero reírme de la muerte con los muchachos en el bar. Aunque por la noche llore en casa. Y nunca sentir mi corazón latiendo en las manos. Dormir como un muerto. Tiene gracia, maldita sea. Como si me estuviese entrenando para una carrera en la que no quiero participar.

6.5.10

¿Estabas allí?

¿Estabas allí? ¿De verdad? ¿Me viste? Aquel sitio no era para mí. Ya me conoces. Podías haberme dicho algo. No te vi. Prometo que no te vi. Si no me hubiera acercado. No ha pasado tanto tiempo. Las heridas no están curadas. Pero al menos me hubiera acercado. Te hubiera preguntado qué tal estás, cómo marcha todo. Te hubiera dicho que espero que te vaya todo bien. No te voy a mentir. No sé si lo mereces. No hubiera dicho dicho eso. Pero sí que te vaya bien. Me conoces. Sabes que de verdad lo deseo. Pero no te vi. Si estabas allí y me viste no entiendo por qué no me dijiste nada. Debiste ocultarte para no verme. Esconderte. No estuve mucho tiempo. No estaba cómodo. Ya sabes cómo soy. Aquella gente, aquella música, aquel lugar. Todo aquello estaba muy lejos de mi mundo. Perdido. Tuve que ir y por eso fui. Ya lo viste. Por eso debiste haberme dicho algo. Ha pasado bastante tiempo. Aunque no lo creas. Aquello que pasó dolió, sí. Pero ya no existe. Yo lo dejé atrás. Todo lo dejé atrás. Ya te lo habrán contado. He preguntado por ti. Sé cómo te ha ido. Lo sé todo. También se aquello que pasó. Lo sentí. Juro que lo sentí. Pero también me contaron que lo superaste y que ahora estás bien. Te lo hubiera dicho si te hubieras cercado. ¿Estabas allí? No entiendo cómo pudiste pasar sin decirme nada. Yo no te vi. Hubiéramos hablado. Sabes que quiero que te vaya bien. Sabes que aún puedes contar conmigo. Aunque aquel día, después de aquel beso, en aquel lugar, te dijese adiós, sabes que puedes contar conmigo. Debiste haberme saludado. Sólo así se cierran algunas heridas. Te lo digo porque lo he vivido.

3.5.10

No éramos héroes

Capaz de todo. O casi todo. Nunca había hombres demasiado grandes ni demasiado fuertes. Nunca había mujeres inalcanzables. Nunca había nada contra lo que no pudiésemos hacer algo. Cualquiera de los muchachos podía silbar y sabía que allí nos tendría. Siempre dispuestos. Siempre a su lado. Así éramos. La muerte pasó muchas veces a nuestro lado rozándonos las faldas de los abrigos. Supimos esquivarla. Eso pensábamos. Nunca logrará abrazarnos. Esa mujer no. Reíamos en el bar convencidos de ello hasta que la noche nos engullía, a esa hora en la que el resto de los hombres sólo lloran. Éramos diferentes. Fuertes como barcos y únicos como nosotros. Nadie como nosotros, nos decíamos. Dispuestos a salir. Siempre listos para la acción. Apenas alguien tenía que llamarnos y allí estaríamos. Los muchachos y yo. Cualquiera que nos necesitase. Cualquier que quisiera encontrarnos allí nos tenía. No importaba para qué. Éramos capaces de todo. Nunca hubo nada imposible. Nada que nos asustase. Nada que pudiera acabar con nosotros. Por eso aquella madrugada no reímos. Alguno incluso lloró. No es fácil descubrir que uno no es el héroe que creía ser.