23.9.12

Por una moneda

La voluntad. Rara vez más de una moneda. Mientras había sol al fondo de la iglesia. De madrugada en el bar, también al fondo, entre las sombras. No hablaba. No lo necesitaba. Tampoco compartía los secretos de su trabajo con nadie. Se acercaban a él, le susurraban al oído y se quedaban unos minutos junto a él. Después le abrazaban y se marchaban. Llegaban con los ojos tensos, con el gesto serio y se marchaban con sonrisas en las pupilas, relajados, satisfechos. Junto a aquel hombre dejaban un lastre de años. Los remordimientos. Los fantasmas que llevaban anudados a los tobillos. Él los recibía a todos. No hacía preguntas. Sólo escuchaba y asentía. Todas las almas eran la misma. Todas las historias se repetían. Todos tenían siempre un motivo. Por la voluntad. Rara vez más de una moneda. Durante el día cerca de Dios; al caer la noche al fondo de las botellas, aquel hombre lloraba por aquellos que no habían conseguido llorar.