15.11.05

El barman

Yo prefería un destornillador, por el golpe de vodka a la garganta, porque me despertaba aunque estuviese ya despierto. Pero el barman esa noche estaba cabreado persiguiendo una rubia al fondo de la sala, y me puso un dry martini que ni tenía ginebra y sabía a rayos. Me lo bebí, por supuesto. Jamás desperdicié una copa. Después de cuatro olvidé qué había pedido. Desperté aferrado a un taburete contando historias pasadas al camarero, que sonreía con la bragueta bajada y manchas de carmín en la camisa mientras me preparaba un bloody mary.

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