5.11.05

Jimmy Dedosfinos

Volvía una vez más a ser dieciocho de febrero mientras el camarero quitaba la aceituna del martini que había pedido la señorita. El club estaba repleto de sombras aquella noche. Al piano se sentaba Jimmy Dedosfinos, y siempre que tocaba toda la ciudad quería viajar con él. Aquella noche de febrero de un año antes de que me perdiese nuestra cita esperaba aún a que comenzase la música con la impaciencia del acusado que aguarda su sentencia. No importaba nada entonces. Sólo la primera nota de la alfombra mágica de teclas blancas y negras. Todos queríamos el paraíso sin aceituna en nuestra copa de licor. Pero interrumpió la velada el dueño, Moe Freedman, llorando. A la hora en que debíamos empezar a ser felices anunció el infarto que dejó mudo el piano de Jimmy Dedosfinos.

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