6.2.10

Velocidad, niño, velocidad

Velocidad, niño, velocidad. Es sólo velocidad. Y mirar siempre a los ojos, niño, al tipo que tengas enfrente. Si le miras a los ojos no te podrá mirar las manos. Después, chaval, ya sabes, velocidad. Me lo contaba, con manos agrietadas, mientras agitaba la baraja a un ritmo infernal. Saca una carta, no importa cuál. Yo siempre encontraré el as en el montón. Yo siempre ganaré. Velocidad, niño, velocidad. Así se ganaba la vida. Otro barrio, otra ciudad, otro hombre a quien mirar a los ojos. Había cumplido ya los setenta y apenas podía andar, pero sus dedos pasaban cartas con un ritmo de años, con una urgencia que no te permitía saber qué demonios estaba haciendo. Siempre fue así. Volvía al barrio cada tres primaveras, puntual, tarde, por sorpresa. Ganaba todas las apuestas que lo daban por muerto y se presentaba allí, en el bar, de repente. Un bourbon, pedía, y de dos tragos lo liquidaba. Después sacaba su baraja y nos contaba, siempre igual, que tuvo que huir de una ciudad al sur porque un hombre no quiso mirarlo a los ojos. El mismo cuento. Pero lo explicaba tan bien que todos lo rodeábamos y le pagábamos el bourbon para que no parase de hablar. Nos gustaba ver cómo sus manos se negaban a morir. Nos gustaba ver aquella baraja con sus picas y sus diamantes brillando rápidos de mano en mano. Un destello. Otro. Y él siempre sacaba el as. Velocidad, niño, velocidad. Repetía. Se acerca la primavera. Ya se ha abierto la apuesta en el bar. Está 10 a 1 a que no volverá. Yo he dicho que sí.

No hay comentarios: