10.2.10

Los tacones de la botas

No me gustaba el country. Esa música para golpear el tacón de las botas contra el suelo y levantar polvo. No. Aquello no era lo mío. Cualquier canción que agitase demasiado la cerveza no podía ser buena. Pero aquellos señores reconozco que cantaban endiabladamente bien. Con sus camisas de cuadros y sus armónicas y sus botas que no levantaban polvo. Menos uno. Un hombre con chaleco negro y camisa negra que cantaba cerrando los ojos. Sus botas estaban tan viejas que hubiera caminado descalzo más cómodo. Cantaban a LAS mujeres de sus pueblos que bailaban y besaban como si no existiese el pecado del que hablaban en la iglesia. Mujeres capaces de desabrochaR los botones de una camisa con sólo una caricia. Mujeres, vamos, como las que los muchachos soñaban encontrar una noche cualquiera en el bar junto a la máquina de discos. Dos cervezas, una última canción, golpea el tacón de las botas y a casa, mujer, vamos ya para casa que se nos está haciendo tarde. Lo cantaban y lo contaban. Aquello era cierto. Aquellas historias eran reales, sí, lo sabíamos. Por eso nunca mencionaban el nombre de sus pueblos. Sin nombre no hay mapa en el que buscar. Sin mapa no hay mujeres para salir a bailar. Para encontrar ese lugar hay que desgastar mucho las botas.

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