19.2.10

Los colmillos del diablo

Cualquier noche, sin aviso, se puede torcer. Siempre. Es una regla no escrita que todos conocíamos. Pero había lugares en los que no queríamos terminar aquellas noches. Agujeros en los que no debíamos entrar. Gente que no era gente. Otro mundo. Los muchachos y yo lo sabíamos, sí, pero no importa. Acabamos allí muchas madrugadas, escapando de nosotros, huyendo sin poder hacerlo, espantando sombras con las manos y los puños cerrados. Nunca puedes tumbar a tu propia sombra. Lo saben los boxeadores. Por eso bailan con ellas. Nosotros acabábamos las noches en aquellos lugares donde, de verdad, jamás debimos entrar. No importa. Está hecho. Fuimos porque quisimos. Nadie nos obligó. Supimos siempre que no debíamos hacerlo. Aquellos lugares no. Aquello no nos sacaría de donde queríamos salir. Pero los muchachos saben que las malditas noches se tuercen y que no hay remedio. Nunca se dan pasos atrás. Jamás. Aunque seguir adelante fuese acabar aquellos días de aquella manera. Cualquier noche podía pasar. Se torcía y terminabas viéndole los colmillos al diablo.

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