15.2.10

Más lluvia

Llevaba lloviendo más de dos semanas. Sin parar. Teníamos la humedad metida en los huesos. Los zapatos siempre mojados. El pelo imposible. Cada vez que nos quitábamos los abrigos brillaban y salpicaban. Aquello parecía una maldición. Una profecía húmeda. Una mala racha de nubes oscuras y días más grises. Desde luego, nada esperanzador para un lugar en el que cualquier rayo de sol era una buena noticia, uno de los pocos motivos para alegrarse. En aquellas semanas el barrio se calló. Los hombres volvían del trabajo con sus sombreros calados viendo caer agua ante sus ojos. Solos. Más solos que nunca. Los niños no jugaban en la calle. Sólo había charcos que atravesaban los coches rápidamente salpicando y formando más charcos. Aquellas dos semanas el cielo caía sobre nosotros y ninguno de los muchachos contaba buenas historias. Sólo bebíamos en silencio viendo diluviar al otro lado de los cristales. Otro día, otra tormenta, otra vida. Por eso no nos extrañó ver aquel coche de la policía y aquel furgón negro a la puerta de aquel portal. Sabíamos que algo así pasaría. Tenía un revolver. Una bala. No necesitaba más. Se cansó de ver llover, contó uno de los muchachos. Ya estaba cansado de antes, respondimos todos. Bebimos. La lluvia no podía traer nada bueno. Todos lo sabíamos. Todos lo supimos.

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