29.12.09

Aprendiendo a conducir

Nuestros padres no nos enseñaron a conducir. Ellos nunca supieron hacerlo. Se conformaban subiendo a aquellos tranvías que atravesaban la ciudad camino de las fábricas. Los coches pasaban a su lado, pero sabían que sólo subirían en uno el día que los llevasen al cementerio. No se lo recriminamos. Aprendimos por nuestra cuenta, como lo hicimos todo. Uno de los muchachos apareció un día por el barrio con un coche viejo y todos descubrimos aquel día para que servían aquellos pedales. Alguno ni siquiera llegaba aún a pisarlos, pero todos aprendimos. Desde entonces hemos seguido conduciendo. Deberíamos ser como nuestro padres y limitarnos a ver los coches desde las ventanillas de los autobuses. Pero nos negamos. No importaba de quién fuese el coche que conducíamos. No importaba que aquello pudiera terminar en la cárcel. Era simplemente que nosotros necesitábamos sentir que podíamos hacerlo. Saber que en cualquier momento uno de aquellos coches que abandonábamos lejos del barrio después de toda una noche dando vueltas por la ciudad podía llevarnos muy lejos de allí. Sólo era cuestión de presionar más fuerte aquellos pedales.

28.12.09

Y ahora, ¿qué?

La próxima vez que me busques y no quieras que lo sepa no preguntes por mí. Quizás pensarías que nadie me lo iba a decir. Pero tampoco tenemos tantas novedades por aquí como para olvidar ésta. Sí, ahora ya sabes que me lo dijeron. No, por supuesto que no te diré quién fue. Tú te equivocaste. Tenías prisa. No sabes hacer las cosas. Nunca supiste. Por eso ahora estás aquí, bajo mi bota. No llores. No gimotees. Odio a los hombres que gimotean. Asume que lo hiciste mal. Quizás no tengas tiempo ya para aprender. Ahora te arrepientes, ¿verdad? ¿Pensaste que podrías venir hasta aquí y que alguien te diría dónde encontrarme? ¿Creíste que sería tan sencillo? Me das lástima. Te veo como un pobre animal atropellado. Siento necesidad de acabar con tu sufrimiento. Sí, como lo oyes. Un tiro de gracia y adiós. No volverá s sufrir más. ¿No sabes quién soy? Entonces sabrás que puedo hacerlo. ¿Por qué viniste hasta aquí? ¿Estabas tan desesperado? Tengo tu cuello bajo el tacón de mi bota y con un par de golpes puedo terminar esto. ¿Quieres cambiarme el sitio? No importa. Se te ve en los ojos que no sabrías que hacer. Lo sé. Te veo gimotear y me doy cuenta. ¿Por qué has venido a buscarme? Ya me has encontrado. Vamos. Y ahora, ¿qué?

24.12.09

Explicaciones

Ya. Lo sé. No me digáis nada. Ni lo intentéis. No preguntéis. Tampoco yo sé dónde estuvimos este tiempo. Nos marchamos. Debimos hacerlo. No puedo contar nada más. Una noche lo decidimos. Era el momento de mirar hacia adelante. Algunos pasan sus vidas mirando hacia atrás. Así siempre conocen aquello que sus ojos ven. No era nuestro caso, lo sé. Pero nosotros nunca nos atrevimos a mirar hacia adelante. Pensábamos que éramos diferentes de aquellos hombres que se anudaban el pasado al cuello para no pasar frío. Aquellos hombres siempre nos parecieron perdedores. Nosotros no éramos perdedores. Nosotros nunca quisimos ser perdedores. Pero aquella noche despertamos. Sí, así fue. No puedo explicarlo de otra manera. Despertamos y nos dimos cuenta de que aquellos hombres no eran tan diferentes a nosotros. Sí, lo sé, nunca miramos atrás. Pero habíamos pasado tanto tiempo mirando al suelo que olvidamos que delante había más. Los muchachos y yo lo comprendimos aquella noche. Joder, y el alcohol no tuvo nada que ver. Por eso nos marchamos. Es todo lo que puedo decir. No me preguntéis dónde estuvimos. Yo tampoco se lo preguntaré a nadie. Hemos vuelto. Aquí estoy. Por cuánto tiempo no lo sé. No volveré a dar ninguna explicación a nadie. Ni a los jueces.

25.4.09

El trabajo

Un trabajo serio, lo que se dice un trabajo serio, nunca había tenido ninguno de los muchachos. Hacían lo que podían. Lo que salían. Sabían conducir. Eran listos. Podían hacer de todo. El problema es que los trabajos apenas les duraban una semana. Siempre ocurríoa algo. Un jefe cretino, un tipo que no paga, un engaño. Los muchachos saltaban. No tragaban. No estaban dispuestos a tragar con aquella gente que les trataba como mercancías. Ellos no. En aquellos trabajos había hombres con familia. Hombres que bajaban la cabeza y tragaban. Hombres acostumbrados a tragar. Hombres que vivían con miedo. Los muchachos no eran así. No podían serlo. Cada vez que uno de aquellos jefes en uno de aquellos trabajos se pasaba de la raya uno de los muchachos le saltaba al cuello. En una ocasión uno de ellos le rompió la nariz a uno de aquellos bastardos por insultar a un hombre. Cada vez que algo así sucedía, los ojos de aquellos hombres con familias y miedo se iluminaban. Merecía la pena.

23.4.09

Lanza la moneda

Saca una moneda. Elije un lado. Lázala. Hazla girar con el pulgar. Lánzala bien alta. Ahí, justo ahí, ése es el momento. No lo dudes. Es un segundo. A veces menos. Si lo dudas caerá la moneda. Si cae la moneda nada habrá cambiado. Entonces ya no te ayudará la suerte. No es difícil. Lo único complicado es saber vender la idea. Convencer al que tienes enfrente. No es fácil. En ese momento nadie está para juegos. Tendrás que inventarte algo bueno. Dile que quien gane se queda con la chica. ¿Qué chica? ¿Qué importa? Dile lo que quieras. Lo importante es que tengas tiempo para sacar la moneda. Lanzarla. Hacerla girar con el pulgar. Bien alta. Si consigues sacar la moneda del bolsillo habrás conseguido tener la suerte de tu lado. De eso se trataba. Los muchachos conocían aquel truco. No siempre funcionaba, claro. Antes de una pelea no todos están dispuesto a jugarse algo con una moneda. Menos a no jugarse nada. Menos a perder el tiempo lanzando monedas. Por mucho que la hagas girar con el pulgar. En ese momento las piernas van a otra velocidad. Los puños se abren y cierran. La cabeza dice una cosa y las entrañas otra. Pero si te da tiempo, hazlo. Juégate lo que quieras. Inventa. Saca una moneda. Elije un lado. Lánzala. Hazla girar con el pulgar. Bien alta. Y ahí, justo ahí, antes de que empiece a caer, hazlo. Cuando el otro mire volar la moneda, lanza tu puño a por él. Es menos de un segundo. Tendrás que ser rápido.

21.4.09

El vendedor

Llegaba de lejos. Muy lejos. Decía cosas raras como no se achicopalen o quehubole y nosotros reíamos. Era gracioso aquel hombre. Se unía a nosotros en el bar y nos contaba cómo era el lugar de dónde venía, cómo bailaban las mujeres, cómo besaban, lo lejos que estaban. Era vendedor. Eso decía. Nunca supimos qué vendía pero tampoco le preguntamos. Como ninguno de los muchachos tenía intención de comprar nada no necesitábamos saber qué ofrecía aquel tipo. Simplemente le dejábamos hablar y le escuchábamos cuando nos contaba sus historias. A veces se metía en las nuestras. Le hacía gracia también escucharnos y reía y decía más cosas que no entendíamos. Aquel tipo era un hombre divertido. Si le dabas dos whiskys le tenías junto a ti toda la noche. Las mujeres del lugar del que venía bailaban y besaban como ninguna. Aquello aprendimos. El día que se fue nos dejó una dirección apuntada en una servilleta. Intercambiamos abrazos y prometimos que algún día iríamos a conocer a aquellas mujeres que bailaban y besaban como ninguna. Oh, sí, no dejen de hacerlo, nos dijo. Salió agitando la mano por encima de la cabeza. Nosotros volvimos a lo nuestro.

14.4.09

Aquella lluvia

Durante aquella semana llovió como si nunca hubiese llovido antes. La gente se quedó en sus casas mirando desde el otro lado de las ventanas. Jamás habían visto llover con tanta rabia. Nadie, ni los más viejos del barrio, lo recordaban. Aquellos días cerraron las tiendas y los niños no fueron al colegio. Sólo salieron los hombres camino de sus fábricas o sus terribles empleos. Iban enrollados en sus abrigos, con las solapas levantadas y los sombreros chorreando. Corrían hacia sus trabajos y corrían de vuelta a casa, sin fuerzas. Sus mujeres los veían marcharse y volver desde sus ventanas, desde el silencio de dentro, mientras en la calle el agua caía con estrépito y una riada limpiaba el asfalto calle abajo. En la radio no hablaban de otra cosa. Aquella lluvia tenía a la ciudad paralizada. Nosotros sólo salimos para juntarnos en el bar y ver llover. Apenas hablábamos. El ruido aquel que hacía el cielo al abrirse era suficiente. Las personas más mayores se hacían cruces y buscaban culpables. El mundo se terminaba, dijeron. Nunca había llovido con tanta violencia como aquella semana.

5.4.09

No vuelvas más

No vuelvas, chillo. No vuelvas más, volvió a chillar. Todo ha terminado, dijo. Todo esto es ya ceniza, repitió. No vuelvas más, me suplicó. Márchate y desaparece, insistió. Ya no queda, lloró. Aquella noche sucedió todo. Era la misma noche que ayer. Iba a ser la misma noche que mañana. Yo sólo me acerqué a buscarla. Me acercaría al portal, llamaría y ella bajaría. Caminaríamos un rato por el barrio, hablaríamos y después le diría adiós. No era nada serio. Sólo hablábamos. Apenas nos besamos tres veces, apenas sin quererlo, nos dejábamos llevar. Pero no era amor ni sexo ni nada. No era nada. Sólo me sentía bien cuando estaba con ella. Los muchachos lo notaban y no decían nada. De cualquier otro se hubieran reído. A mí me dejaron que compartiese aquellas noches con aquella muchacha. Sólo hablábamos. No quería nada más. Sólo quería otro horizonte. Sólo quería una ventana que no diese al mismo lugar que todas las ventanas por las que me asomaba. Aquella muchacha era aquella ventana. Pero esa noche no era la misma que ayer ni la misma que mañana. Sus padres le habían dicho que no debía verme. Sus padres le habían dicho a aquella muchacha que yo nunca sería de fiar. Me escaparé con él, me contó que les había soltado. Después chilló. No vuelvas más, me repitió. Todo son cenizas. No había huída posible. Menos los dos. No quiso entenderlo. Así, solos, estamos mejor.

4.4.09

El carnicero

Estuvimos toda la tarde recordando cómo golpeaba aquel hombre. Los muchachos le habían visto pelear. Yo también. Aquella era una de las cosas que no se olvidan nunca.Ese hombre subido al ring bailando al ritmo de una música que solo escuchaba él formaba ya parte de nuestra historia. Desde el día que lo vimos pelear, allí, ante nuestras narices no habíamos dejado de hablar de ello. Fueron solo cinco asaltos, pero el carnicero nos enseñó lo que que era pelear, lo que era no rendirse, lo que era estar desahuciado y resucitar. Aquella tarde estuvimos recordándolo. Uno de los muchachos se había metido en un jaleo y sabía que no saldría bien. En aquellos momentos siempre recordámos el combate que vimos. No nos daba ánimo ni fuerzas, pero todos sabíamos que lo que aquel día vimos algún día volvería a repetirse. Con eso nos bastaba.

1.4.09

Almas perdidas

Llegaba serio pero sonreía. Traía las manos juntas por delante de la chaqueta. Entrelazadas. Se acercó a nosotros como uno más. Palmeó el hombro de uno de los muchachos y nos miró a todos uno por uno. Una sonrisa para cada uno. "¿Cómo estáis?", nos preguntó. "Hacía tiempo que quería venir a compartir un rato con vosotros". Movimos la cabeza, de arriba a abajo, sin dejar de mirarle. Un gesto leve. Ninguno dijimos nada. "Están muy mal las cosas últimamente y todos nos sentimos solos en algunos momentos y necesitamos a alguien que nos ayude a tirar para adelante. Tenemos que estar todos juntos en estos momentos. Formamos un gran rebaño que necesita un pastor que nos ayude. No temáis sentíos solos. Es normal". Hablaba mientras todos le escuchábamos. Alguno de los muchachos asentía de vez en cuando, o miraba a otro lado. Nadie dijo nada. "Venid a mí", repetía. "Venid, conmigo", nos decía. Le escuchamos un rato con atención. Cuando le habíamos dado suficientes esperanzas de que nos había convencido, uno de los muchachos se lo digo: "Márchese, padre, aquí todas las almas están ya perdidas".

31.3.09

El barman

Por cada cerveza que servía guiñaba un ojo, tarareaba una canción que nadie conocía y chasquía una vez los dedos. Así era siempre. Otra cerveza. Otra canción y otro guiño. Apenas hablaba. Al otro lado de la barra esuchaba al margen. Miraba al suelo tarareando sus canciones y nunca se metía. Sube la radio, le decíamos. Y la subía. Pon otra ronda, le pedíamos. Y la ponía. Si alguno de los muchachos tenía algo que contar el resto le rodeábamos para que hablase. Él no se movía. Ni siquiera cuando nos escuchaba hablando de mujeres y besos robados y faldas que se levantaban. No le importaba nada de aquello. Había enviudado hacía muchos años. Ni se acordaba ya de su mujer, decía algún cliente del bar. No era cierto. Pero nunca hablaba de ella. Ni de nada. Colocaba sus botellas, atendía, cobraba. Pasaba todo el día y buena parte de la noche allí, al otro lado, en otro mundo. Nunca nos dijo nada cuando nos pasábamos con la bebida ni cuando entraba alguien a quien había que sacar fuera ni cuando estaba la situación jodida y se organizaba algún follón. Él seguía allí, tarareando sus canciones, recordando. Sólo un día que los muchachos no estaban, tarde ya, me sirvió una última cerveza cuando no la había perdido y me dijo: "¿Sabes? Llevo años intentando recordar una puta canción y no lo consigo".

30.3.09

Aquella época

Estaban cayendo los mercados. Lo decían en las radios. Los magnates se hacían cruces. Lo contaban los periódicos. El precio del dinero se hundía. Lo escuchaba por la calle. Aquella época todos miraban al suelo buscando monedas perdidas. Los padres no compraban zapatos nuevos a sus hijos. Las señoras se olvidaron de cambiar de vestuario. Los bares se vaciaron y la gente bebía en casa. Dos de los muchachos perdieron sus empleos y volvieron a casa con las manos en los bolsillos. Recuerdo aquel día. Caminaban tranquilos charlando entre ellos. No sabían ni sabrían nunca de qué iba todo aquello. Un día, simplemente, el cielo se oscureció y en una zona de la ciudad los negocios dejaron de ser bonitos. Así era el mundo del dinero. Nos quedaba tan lejano como un ballet o un violonista de la vieja Europa. No nos importaba. Pero escuchábamos las radios tronando agoreras. Como los hombres que se suben en cajas de fruta en las esquinas y amenazan con la llegada del Apocalipsis y la vengaza final de un dios. Me reunía con los muchachos y lo comentábamos. Comprábamos unas latas de cerveza y mientras las bebíamos alguno recordaba lo que decían los titulares de los periódicos. Después reíamos y seguíamos bebiendo. Aunque dos de los muchachos hubiesen perdido sus empleos la situación nos hacia gracia. No habíamos hecho nada por entrar en aquella época ni podríamos hacer nada por salir de ella. Si nuestras vidas estaban en manos de otros hombres, mejor reírse de todo y no pensarlo.

29.3.09

Besando el suelo

He besado el suelo más de una vez. Lo reconozco. No sería de hombres negarlo. No siempre mis puños fueron los que pegaron más fuerte. No siempre tuve a alguno de los muchachos allí para echarme una mano. Cuando besas el suelo sabes que todo esto no es una broma. Hay hombres que jamás han caído en una pelea y cada vez que encuentran una se lanzan a ella como otros salen a la pista a bailar. Los que hemos besado el suelo alguna vez sabemos que una pelea nunca tiene la alegría de un baile. Aquí cuando miras enfrente no andas buscando a una mujer que te siga el ritmo y a la que agarrar por la cintura. Aquí estás pensando dónde soltar el golpe primero y cómo conseguir que llegue y, por supuesto, qué hacer para que no te alcance el que tu rival te está lanzando. Cuando ya has besado el suelo sabes que hay golpes que te pueden tumbar y que no hay forma de saber bien cuándo llegará uno de esos golpes. Puede ser el primero que te den. O justo uno que te devuelvan cuando tú ya pensabas que lo tenías todo hecho. Sólo aquellos hombres que nunca han besado el suelo no le dan a una pelea la importancia que tiene. Y sólo los hombres que nunca han besado el suelo no saben que el honor del vencedor de una pelea es exactamente el mismo que el del hombre que está tumbado besando el suelo.

24.3.09

A los puntos

Daba igual lo que yo dijese. Ella siempre ganaba. Nunca importó cómo había empezado la bronca. Ella llegaba, chillaba más y después se echaba a llorar. Con eso bastaba para ganar cualquier discusión. Al principio lo intenté. ¡Vaya si lo intenté! Razonaba, hablaba con dulzura, chillaba, daba puñetazos a la pared... De nada servía. Ella comenzaba reprochando, después chillaba y por último se echaba a llorar. Un nuevo asalto ganado. Victoria final a los puntos. Siempre la misma historia. Por eso después de un tiempo dejé de intentarlo. Simplemente me sentaba delante con los ojos clavados en el suelo y de tanto en tanto levantaba la cabeza y la mirada. ¡Menudo espectáculo! Aquella mujer era una actriz formidable. Daba igual lo que yo dijese. Cuando terminaba de llorar y empezaba a sollozar yo aprovechaba y salía de casa. Me reunía con los muchachos y les contaba la nueva función. Todos admirábamos a aquella mujer. Nuestro historial de victorias nunca sería igual.

19.3.09

AQUÍ, AHORA

Ha pasado tanto tiempo que ya no buscaré excusas. Tampoco diré dónde estuvimos. Estuvimos, claro. Pasaron cosas, claro. Todo siguió su curso, por supuesto. Es sólo que esta vez no lo contaremos. Ahí estaban los muchachos, y estas vidas tercas y puñeteras que se tuercen un día porque sí. Y mejor no pedir explicaciones a nadie. Así fue todo en este tiempo. No hace tanto en realidad. Un puñado de noches y aquí estamos de nuevo con el estómago hecho un trapo y vomitando. El mundo es un lugar jodidamente precioso, me dijo alguien en una ocasión. Se le olvidó explicarme qué significaba el jodidamente y a qué carajo le llaman algunos precioso. Aquel tipo no volvió por el barrio. Nosotros sí hemos vuelto. No puedo contar donde estuvimos. Quizá otro día. Quizá en otro momento. Tal vez cualquier noche con dos copas. Hoy no. No diré más excusas. Nos fuimos y punto. No pienso contar dónde estuvimos. El mundo es un lugar jodidamente precioso.