29.12.09

Aprendiendo a conducir

Nuestros padres no nos enseñaron a conducir. Ellos nunca supieron hacerlo. Se conformaban subiendo a aquellos tranvías que atravesaban la ciudad camino de las fábricas. Los coches pasaban a su lado, pero sabían que sólo subirían en uno el día que los llevasen al cementerio. No se lo recriminamos. Aprendimos por nuestra cuenta, como lo hicimos todo. Uno de los muchachos apareció un día por el barrio con un coche viejo y todos descubrimos aquel día para que servían aquellos pedales. Alguno ni siquiera llegaba aún a pisarlos, pero todos aprendimos. Desde entonces hemos seguido conduciendo. Deberíamos ser como nuestro padres y limitarnos a ver los coches desde las ventanillas de los autobuses. Pero nos negamos. No importaba de quién fuese el coche que conducíamos. No importaba que aquello pudiera terminar en la cárcel. Era simplemente que nosotros necesitábamos sentir que podíamos hacerlo. Saber que en cualquier momento uno de aquellos coches que abandonábamos lejos del barrio después de toda una noche dando vueltas por la ciudad podía llevarnos muy lejos de allí. Sólo era cuestión de presionar más fuerte aquellos pedales.

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