29.3.09

Besando el suelo

He besado el suelo más de una vez. Lo reconozco. No sería de hombres negarlo. No siempre mis puños fueron los que pegaron más fuerte. No siempre tuve a alguno de los muchachos allí para echarme una mano. Cuando besas el suelo sabes que todo esto no es una broma. Hay hombres que jamás han caído en una pelea y cada vez que encuentran una se lanzan a ella como otros salen a la pista a bailar. Los que hemos besado el suelo alguna vez sabemos que una pelea nunca tiene la alegría de un baile. Aquí cuando miras enfrente no andas buscando a una mujer que te siga el ritmo y a la que agarrar por la cintura. Aquí estás pensando dónde soltar el golpe primero y cómo conseguir que llegue y, por supuesto, qué hacer para que no te alcance el que tu rival te está lanzando. Cuando ya has besado el suelo sabes que hay golpes que te pueden tumbar y que no hay forma de saber bien cuándo llegará uno de esos golpes. Puede ser el primero que te den. O justo uno que te devuelvan cuando tú ya pensabas que lo tenías todo hecho. Sólo aquellos hombres que nunca han besado el suelo no le dan a una pelea la importancia que tiene. Y sólo los hombres que nunca han besado el suelo no saben que el honor del vencedor de una pelea es exactamente el mismo que el del hombre que está tumbado besando el suelo.

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