2.3.10

No era sólo viento

Dicen que una señora se fue volando. Intentó agarrarse a una farola pero llegó tarde. La han visto pasar por la zona este, encima de los tejados. Aún chillaba. Soplaba el viento, sí. Ráfagas tremendas. Pero no creímos aquella historia que circulaba por el barrio. Estas historias siempre son la misma. Una señora tropieza en una esquina, lo ve alguien y lo cuenta y para cuando te llega a ti, a tres barrios de allí, la señora aún sobrevuela las azoteas. Por supuesto, nosotros también lo comentamos en el bar. A fin de cuentas fuera el viento arrastraba contenedores de basura y nadie se atrevía a salir. La ciudad era una lluvia de sobreros dispuestos a golpearte duro si te descuidabas. Allí dentro lo escuchábamos, al margen de todo, como quien oye caer morteros desde una trinchera sin agujeros, sin mapas. Uno de los muchachos contó la historia de la señora que volaba. No la cambió. No lo necesitaba. Ya vendría otro después para hacerla aterrizar o para llevarla a otra ciudad. Así pasamos el rato aquel día, mirando a través del cristal aquella calle que limpiaba el viento. Aquello era bueno. Aquello sólo podía significar algo bueno. Si llega un huracán y arrolla a su paso quizá se lleve también todos esos obstáculos que con los años se fueron quedando anclados en el barrio. El miedo, la desesperanza, las certezas. Por eso veíamos aquel viento pasar al otro lado del bar como un exorcismo. Era sólo viento. Lo sabíamos. Pero si se había llevado a aquella señora de allí, también quizá pudiera sacarnos a nosotros de aquí.

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