8.3.10

Yo quería ser ellos

Me pasa siempre, maldita sea, y nunca sé cómo evitarlo. Salgo del cine hipnotizado, callado, sin querer hablar con nadie ni mirar a nadie. Por eso prefiero ir solo a hacerlo con los muchachos. No quiero que nadie me saque de ese mundo en el que entro tras hora y media de sesión. Estoy allí, en la pantalla, todavía cuando salgo. Imaginando que soy el protagonista, sea quien sea. Ese galán que las besa mientras cierran los ojos y las acaricia las mejillas hasta que se derriten y le dan la vida. O ese bebedor, perdedor empedernido, que canta por no llorar, y que se retuerce en madrugadas extremas, pero con estilo, siempre con estilo, siempre malditamente bello, salvaje y puro. Me veo en todos ellos y no soy ninguno. Pero durante hora y media me engaño. Y después, cuando salgo, todavía andando como los astronautas, sin gravedad, a pasos que flotan. Aún estoy allí, aún soy ellos. Siempre quiero ser como ellos. Escapar de esta realidad, por fin, para llegar a la otra. Aunque se retuerzan las madrugadas entre vasos de bourbon. También aquí lo hacen, pero todo es más sórdido, más triste, más real. Por eso quiero ir al cine solo. Y que nadie me interrumpa cuando esté en ese otro mundo. Y que nadie me recuerde que aquello es sólo una película. Y que nadie me hable para despertarme. La verdadera huida, aunque sea falsa, aunque me engañe, aunque dure apenas media hora más que la película, no admite compañeros de viaje. Lo sé. Nunca se lo diré a los muchachos, por supuesto.

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