8.6.10

Todo había pasado ayer mismo

Hay historias que se repiten. Otras que nunca terminan. Lo mismo. Un círculo. Una línea recta. Nunca un final. Como la del aquel tipo, ya sabes, aquella que repetían los muchachos en el bar entre cervezas. Y cómo había salido de allí aquella noche con los pantalones solo y los zapatos en la mano y había regresado, años después, para morir de aquella manera, descalzo. Contaron su historia durante años imaginando dónde se había ocultado aquel tiempo. Nadie supo nada. Nadie se atrevió a preguntar. Ni la policía, cuando entró aquella madrugada en su casa, hizo preguntas. Se había marchado. Ya está. Ya volverá. O la de aquella muchacha, que huyó otra noche, todo pasa siempre de noche, persiguiendo algo que había soñado. Dejó en casa a su marido y a sus dos hijos, se subió en un coche y escribió una carta, desde algún lugar al norte, explicando que se había ido. Los muchachos la recordaban. Todos decían haber leído aquella carta. Ninguno lo había hecho. Pasaron los años y un día, en el mismo bar, entró un grupo de chavales para tomar una cerveza. Los habíamos visto crecer en aquellas calles. Apenas niños dejando de serlo. Nos conocían. Nos miraron, asentimos y entonces pidieron sus bebidas al camarero. Reímos y seguimos a lo nuestro. Pero de fondo, aquel día, cuando aquellos chavales se habían relajado ya tras haber cruzado aquella puerta, pude escuchar que contaban la historia de aquel tipo que había salido a la carrera con los zapatos en la mano. Y la de la mujer que una noche, tras hacer la maleta en silencio durante el día y esconderla bajo la cama durante la cena, había despertado en mitad de la noche para subirse a un coche. Nada había cambiado. Todo había pasado ayer mismo.

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