14.6.10

Entonces, sólo entonces, sopla

Se filtraba el calor por la ventana. Lenguas de fuego en mitad de la noche. Verano en la maldita ciudad. Y la cama sudando conmigo encima y yo girando. Los ojos abiertos como bolas blancas de billar. La almohada aplastada, a un lado, vencida en la batalla. No puedo dormir. Tampoco ayuda el alcohol de más con los muchachos. Si mis pulmones no quieren respirar que no lo hagan. Al menos que me dejen dormir. Si se para el corazón, que lo haga mientras duermo. No quiero que nadie descubra mi cadáver con los ojos abiertos y el pánico al fondo a la derecha en las pupilas. Otra noche igual. Otra vuelta. La misma habitación. Y tratar de no pensar. Y cerrar los ojos para convencer al cuerpo. Pero las piernas se agitan. Y la memoria se activa y se empeña en recordar todo aquello que quieres olvidar. Como aquel tipo, sin dedos en la mano derecha, levantando su muñón entre los harapos. Como aquella vez, el día antes de morir en aquella escalinata, congelado en mitad del invierno. Como aquel grito que me dio cuando era un niño. Se paró delante. Me señaló con su mano sin dedos. Y chillo: “Cuando el mundo sólo sea ceniza, entonces sopla”.

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