26.5.10

Y nadie le dijo nada

Llevaba un rato ya mascullando. Chillando a veces. Increpando alrededor. Molestando. Intentábamos no hacer caso. Estará borracho, dijimos. Estará loco, pensamos. En la mesa del fondo un hombre bebía solo, con la cara agazapada entre las manos. Sólo en la penumbra. Su penumbra. Aquel otro tipo seguía hablando en voz alta, lamentándose y lanzando palabras alrededor. Las mujeres están mejor todas muertas, dijo, de repente, cuando pasó frente a él una muchacha. Y el hombre del fondo, ni lo vimos, como un maldito rayo, saltó a su mesa y lo derribó. Clavó las rodillas sobre su pecho en el suelo y le agarro el cuello con ambas manos. Intentamos quitarlo de allí, pero aquel tipo no reaccionaba. No lo soltó hasta que dejó de respirar. No pudimos soltarlo. No supimos hacerlo. Tal vez no quisimos. Esta mañana ha muerto mi mujer, nos dijo, mientras se levantaba. Estaba en calma. Los ojos vidriosos. Las manos temblando del esfuerzo. Se acercó a su mesa, recogió su chaqueta del respaldo de la silla y se marchó, andando despacio, my despacio, por aquel bar silencioso. Con los hombros y la cara caídos. Y nadie le dijo nada.

No hay comentarios: