10.5.10

Yo no moriré

Tumbado boca arriba. Quieto. Las piernas estiradas. Cada vez me muevo menos en la cama. Cuando duermo, claro. Los muchachos se reían cuando se lo contaba. Como un muerto. Con los brazos sobre el colchón pegados al cuerpo. Incapaz, no sé por qué, de posarlos sobre el pecho, cruzados. Incapaz de reposar las manos sobre el tronco. Siento el corazón latir bajo las palmas y el cuerpo me devuelve escalofríos. Mi cabeza se lanza a pensar. ¿Y si se para? ¿Y si deja de latir? Siempre lo mismo. Cualquier latido en mis manos me obliga a retirarlas. No quiero sentir mi propio corazón. Cuántos latidos son normales. Cómo deben ser. Qué intensidad. Qué fuerza. El día que el motor se ralentice sé que la función habrá terminado. Prefiero no pensar en ello. No podría. A los muchachos no se lo digo, pero tengo un miedo atroz a que me visite esa dama de negro con la que no quiero bailar. Me despierto en mitad de la noche pensando en ella. Hoy aquí y mañana nada. Y así todos. Prefiero reírme de la muerte con los muchachos en el bar. Aunque por la noche llore en casa. Y nunca sentir mi corazón latiendo en las manos. Dormir como un muerto. Tiene gracia, maldita sea. Como si me estuviese entrenando para una carrera en la que no quiero participar.

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