23.5.10

No soy exigente

Lo repetía. Exactamente igual. El mismo tono. La misma seguridad. La misma sencillez. Todo igual. Los muchachos aplaudían. Una imitación genial, decían. De vez en cuando, en el bar, después de unas cuantas cervezas, alguno me pedía que lo dijese. Yo dejaba mi silla, me levantaba y caminando hacia la puerta pronunciaba aquellas palabras. Todos reían. Con eso bastaba. Después trataban de repetirlo. Ya no era lo mismo. Lo ensayé, frente al espejo, muchas noches, solo, cuando la luz no existe y los fantasmas habitan las sombras. Una y otra vez. Pero no era una imitación. No imitaba a nadie. Sólo repetía algo que desde que lo escuché había creído. No soy exigente. Me basta con una muchacha que tenga talento, sea bonita, muy cariñosa, amable, elegante, encantadora y libre. Los muchachos se quedaron con la pose. Yo con el mensaje.

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