6.10.10

Aquella mujer; la misma historia

Allí estaba, de nuevo, contando aquella historia. Todos sus detalles. Cómo había amanecido nublado aquel día; cómo olía a pan recién hecho en aquella tienda; cómo atravesó el coche oscuro la calle; cómo corrían los niños de regreso del colegio. Los muchachos escuchaban, atentos. Les expliqué de dónde surgió aquella mujer. Cómo sus tacones golpeaban el suelo y marcaban un ritmo que jamás había escuchado. Cómo aleteaban los pliegues de su falda y cómo el sol que se asomaba entre las nubes marcaba la sombra de sus piernas. También les hablé de la blusa roja, del botón desaprovechado, de aquel cuello surcado por aquella vena que baja por el mapa del cuerpo prometiendo una última estación en la tierra prometida. Y cómo aquellos labios se movían al ritmo de los tacones, entreabiertos, pintados de un rojo intenso. Los muchachos asentían. Me habían escuchado mil veces relatando aquel día pero aún sonaba todo nuevo. También para mí. Cada vez que lo contaba no podía evitar el cosquilleo, la excitación. Y les dije, también, que en aquellos ojos profundos hallé la mirada más triste que jamás había visto. Un baúl de secretos encerrados. La habitación de los fantasmas. Una realidad que no hubiera querido conocer. Sí, me miró, terminaba la historia. Pero temblando de miedo, les confesé, no pude más que tocar el ala de mi sombrero y apretar el paso. No volví a encontrarme con aquella mujer. La historia sigue siendo ésta.

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