29.10.07

Televisión

La encendía en cualquier momento, fuese el día que fuese, y me quedaba delante de ella. Ni me sentaba. De pie, mirándola de arriba abajo, viendo su mundo apagado en grises, escuchando sus voces. Sus personajes me miraban desde su cristal y yo les devolvía la mirada desde el mío. Ellos no me veían, claro, y a veces pienso que yo tampoco a ellos. Les escuchaba y miraba durante un rato. No sé cuánto tiempo. A veces un par de minutos, a veces hasta dos horas. Siempre de pie. Siempre pensando en seguir camino. Siempre una pausa. Quería asomarme al mundo que no conocía y lo intentaba con su luz y sus colores. Pero ese mundo nunca era lo que esperaba encontrar. Sí, había otras vidas, de otros lugares. Había otras historias, de otras gentes. Pero todo resultaba igual de triste, o feliz, según se mirase, que asomarme a la ventana. El mundo que me traían hasta la salita de mi casa era igual que el que encontraba fuera. Miraba mi televisor desde arriba, de pie, siempre sin sentarme, nunca me rendiría a su luz sentándome frente a él. Por mucho que quisiesen enseñarme que el mundo de fuera era igual que el mío, jamás me convencerían. Las ganas de huida seguían ahí.

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