14.11.07

Luigi Cauqui

Era Luigi Cauqui, amigo de uno de los muchachos. Había venido de lejos y se notaba. Pero a los muchachos les hacía gracia. Sobre todo cuando se pasaba con los tranquilizantes y se quedaba en los peldaños del portal, medio tumbado, mirando perdido la otra acera. Le daba igual lo que hiciésemos, dónde fuésemos o quiénes éramos. Él sólo quería estar allí, sin moverse, sin hablar, esperando. Cuando los días así llegaban, porque siempre llegaban si Luigi Cauqui volvía a la ciudad, los muchachos lo rodeaban y le pedían que contase aquella historia otra vez. Luigi había venido de lejos, de muy lejos, decían, aunque nunca supimos dónde quedaba aquel lugar. La cicatriz de la mejilla era el único mapa que necesitaba mostrarnos. Por eso cuando Luigi Cauqui se pasaba con los tranquilizantes los muchachos se sentaban a su alrededor. Y le pedían que contase su historia. Y él, sin dejar de mirar a la otra acera, con las pupilas grandes y negras como cualquier noche en el barrio, lo hacía. “Hoy tenemos una encantadora guerra suave, chico”, empezaba…

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