19.11.07

Bailar

Nuestros pies corrían como nunca. No duraba mucho. Pero duraba lo suficiente. Nuestras piernas terminaban doloridas. Alguno de los muchachos acababa sentado en el suelo, sin respiración. En eso consistía todo. Algún sábado, muy de vez en cuando, el barrio se llenaba de música. Salía de aquel viejo local, aquel sótano, donde antes estuvo la escuela de música. Aquellas notas ya ni se recordaban. Pero algún sábado alguien se empeñaba en recuperar viejos discos. O algún sábado alguien desenterraba un violín del fondo de un armario. Y algún sábado, entonces, la gente del barrio se acercaba a las ventanas del local. Se agachaban para mirar. Algún sábado la música terminaba por atraer al barrio. Y se bajaban las escaleras y se abrían las puertas del viejo local. Cuando llegaba ese sábado los muchachos y yo nos acercábamos. También bajábamos allá. Claro que si bajábamos. Durante lo que durase la música bailábamos como locos. Todo el barrio bailaba como loco. Hasta los viejos que apenas se movían agitaban la cabeza con la música. Alguno de los muchachos terminaba rendido, sentado en el suelo, con las piernas doloridas. Pero mientras sonaba la música nadie dejaba de bailar. Ya habría mucho tiempo después para no soñar.

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