16.10.07

¿Y mis manos?

Antes eran más rápidas. Oh, sí, lo eran. Mucho más rápidas. Centelleaban en el aire por la noche. Cruzaban el camino entre yo y el otro. Antes de que pestañease, habían llegado a su destino. Los muchachos siempre lo dijeron. En el barrio creyeron que llegaría a algo. Algunas señoras decían incluso que debía dedicarme a la música. Chico, vaya dedos largos, vaya velocidad, lo tuyo es el piano. Pero era mentira. Sólo era verdad que tenía unas manos rápidas. Oh, sí, lo eran. Y fuertes. Pegaban como atropellan los trenes de mercancías. Eran una maravilla. Salvajes. Y siempre estaban dispuestas para cuando las necesitaba. Los muchachos y yo lo sabíamos. Pensé que duraría siempre. Pero si los grandes acababan con los hombros caídos, artrosis en los codos y la nariz contra la lona, ¿cómo no iba a pasarme a mí? Yo nunca fui grande, pero creí que mis manos sí lo eran. Se equivocaron de cuerpo cuando me las dieron, solía decir. Ayer al levantarme me dolieron los nudillos. Traté de cerrar los dedos sobre las palmas y no pude. Agité las palmas al aire y no logró desentumecerlas. Ayer llegó el dolor de los años a mis manos. Oh, sí que eran rápidas antes, sí.

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