2.10.07

Otras vidas

Allí estaba yo de nuevo sentado en la butaca y preparado para vivir otra vida. Alrededor mío, los muchachos, con los ojos como platos. Al día siguiente todos queríamos peinarnos como el protagonista. Cuando nos juntábamos de nuevo, rápidamente sacudíamos las cabezas y hacíamos como si no nos hubiésemos visto unos a otros. Pero siempre era lo mismo. Allí estábamos otro viernes, uno cada seis semanas, sentados y callados en las butacas ante la gran tela blanca. Aquel era el único tiempo en el que los muchachos y yo guardábamos silencio total. Ni siquiera cuando alguien fallecía lo hacíamos. Eso salvo que fuese uno de los muchachos. Pero aquel día estábamos allí, sentados en nuestras butacas, dispuestos a viajar donde nos dijesen, preparados para besar a la dama, ansiosos por ver las faldas de su vestido moverse a tamaño gigante. Cada seis semanas huíamos como ni siquiera podíamos huir cuando de verdad intentábamos hacerlo. Nos sentábamos allí durante más de una hora y no abríamos la boca. El silencio duraba todo el camino de regreso a casa al terminar. Nadie quería decir nada porque nadie quería demostrar que la historia vivida allá dentro había terminado ya.

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