1.12.05

Aquella mujer

Era una mujer capaz de matarte con una mirada de reojo. Aquello hacía que cada vez que la veíamos pasar nos cuadrásemos como soldados primerizos. Los muchachos y yo bebíamos vino en el bar y murmurábamos contra los políticos que nos habían metido en aquella guerra. Cuando daban las dos, salíamos a la calle a esperar. Ella acababa la jornada de mañana en la peluquería y desfilaba ante nosotros, cuadrados en fila, al borde de la acera. Alguno de los muchachos le silbó alguna vez, pero nunca se giró. Un día que no la fui buscando tropecé con ella. Acaricié el ala de mi sombrero con el índice y el pulgar y le dije: perdone, señorita. Me miró y siguió su camino. Los muchachos nunca creyeron mi historia.

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