9.11.11

Ella no tenía miedo

Tenía tanto miedo que procuraba no mirarla a los ojos. Pero tampoco podía hacerlo al suelo. Se hubiera dado cuenta. Así que decidí comportarme como si tuviera muchísima prisa, como si estuvieran esperándome en algún otro sitio para algo mucho más importante. Miraba a los lados, nervioso, acompañando ligeramente la vista con el cuerpo, inclinando el torso a uno y otro lado, y las rodillas, demostrando que en cualquier momento los pies reaccionarían también y empezarían a andar. Si hubiera llevado reloj lo hubiera mirado también, con impaciencia, con desesperación. Pero jamás lo usé. Así que allí estaba, temeroso, frente a ella, gesticulando absurdamente como si un incendio se hubiera desatado a mis pies y ya me llegase el humo a los ojos. Ella, al contrario, me miraba fijamente. Veía sus ojos clavados en los míos cada vez que giraba la cabeza. Más lástima que rabia. Más nada que todo. No había sacado las manos de los bolsillos del abrigo. Apenas tampoco la boca de la bufanda. Sólo sus ojos. Ni para saludarme había cambiado el gesto. Ni siquiera cuando empecé a agitarme dispuesto a echar a correr. Ella no tenía miedo. Ella sabía lo que debía decir. Ella sabía lo que quería contarme. El problema es que yo también lo sabía. Pero no quería escucharla. Porque tenía miedo. Y porque no sabía qué le iba a responder.

1 comentario:

Mylodon Darwinii Listai / Milodón dijo...

Así son las grupis. Unas temerarias.