30.11.07
Ya lo sabiamos
Para que me hubieran dicho lo mismo no hubiera ido. Todos sabíamos lo que nos esperaba allí. Lo supimos desde que nos dijeron que debíamos ir. Cada vez que sucedía corríamos la misma suerte. Y siempre era desafortunada. A alguno de los muchachos les dolía ya lo mismo. Se les notaba en la cara los días antes y los posteriores. Hasta que una buena noche se olvidaba y todos volvían a reír. Hasta la próxima vez. Entonces se repetiría la misma historia y habría que ir para que nos volviesen a decir lo mismo. Aquella era una de las historias reincidentes de nuestras vidas. Marcaba un ritmo obligado. Hasta que llegase otra noche cualquiera y de nuevo se olvidase todo.
19.11.07
Bailar

14.11.07
Luigi Cauqui
Era Luigi Cauqui, amigo de uno de los muchachos. Había venido de lejos y se notaba. Pero a los muchachos les hacía gracia. Sobre todo cuando se pasaba con los tranquilizantes y se quedaba en los peldaños del portal, medio tumbado, mirando perdido la otra acera. Le daba igual lo que hiciésemos, dónde fuésemos o quiénes éramos. Él sólo quería estar allí, sin moverse, sin hablar, esperando. Cuando los días así llegaban, porque siempre llegaban si Luigi Cauqui volvía a la ciudad, los muchachos lo rodeaban y le pedían que contase aquella historia otra vez. Luigi había venido de lejos, de muy lejos, decían, aunque nunca supimos dónde quedaba aquel lugar. La cicatriz de la mejilla era el único mapa que necesitaba mostrarnos. Por eso cuando Luigi Cauqui se pasaba con los tranquilizantes los muchachos se sentaban a su alrededor. Y le pedían que contase su historia. Y él, sin dejar de mirar a la otra acera, con las pupilas grandes y negras como cualquier noche en el barrio, lo hacía. “Hoy tenemos una encantadora guerra suave, chico”, empezaba…
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