28.2.06

Trabajo

Me vestía tan bien que las señoras del barrio me paraban por la calle, apretaban mis mejillas con sus manos y me decían que estaban orgullosas de mí. Cuando era niño hacían lo mismo, pero entonces me reñían. Pocas veces se ponía uno chaqueta y una corbata. Sólo en los funerales y en las bodas lo hacíamos. Para nosotros eran cosas parecidas. Fuese lo que fuese, perdíamos a uno de los muchachos de nuestro lado. Aquel día los llevaba porque quise ir a buscar trabajo. Salí más allá de nuestras manzanas y llegué a un edificio con un hombre a la puerta. Me indicó la dirección y subí. Arriba esperaban otros como yo: chaqueta prestada, pelo húmedo con marcas de peine, manos inquietas, ojos perdidos. Yo entré con la cabeza bien alta. Algunos sufrían y se les notaba. Mascullaban en voz baja “necesito este trabajo, necesito este trabajo”. Después de una hora allí la gente estaba aún más nerviosa. Había dos tipos que no paraban de dar vueltas en círculo. Uno que tenía al lado quiso hablarme. Me mostró una foto en blanco y negro de una niña. Todo valía para hundir a los demás. Me levanté y me largué. Las señoras del barrio estarían orgullosas de mí.

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