Habían pasado tres años y diez vidas la noche que abrió de
nuevo la puerta. Luna en cuarto creciente y luz intermitente de farol, la misma
en cuyas sombras antes sabíamos escondernos para besarnos con aquellas chicas
que no querían besarnos en la calle. De nuevo la misma sensación de no saber
bien qué explicaciones dar porque es difícil explicar aquello que no se
entiende. Me perdí, les diría, y después sonreiría así con media sonrisa, con
un eso es todo y un no sé qué más decir, muchachos y un las cosas suceden así y
mejor no darle más vueltas. O necesitaba salir de aquí una temporada, chicos,
ya sabéis, todos necesitamos huir por un tiempo cuando sientes que las paredes son más estrechas y el aire menos aire. O simplemente diría buenas
noches, pediría un bourbon, luego otro, y esperaría a ver qué sucedía. Igual
nadie preguntaba. Igual todo seguía ahí, como siempre y como siempre nadie
haría preguntas porque nosotros éramos poco de hacernos preguntas porque
sabíamos que no teníamos cuentas pendientes ni necesidad de explicaciones ni
ganas de escuchar las excusas que se inventan cuando la realidad es como es y es
mejor no darle demasiadas vueltas. Se lo había dicho ella, en una carta que
llegó tarde pero llegó. “Sólo fíjate en las preguntas que te haces y para las
cuáles aun no tienes una respuesta”, le escribió. “Ahí, entre ellas, estará tu
historia”. Firmado en otra ciudad, en otro año, en otro verano que olía todavía
a invierno. Desde entonces buscaba respuestas para preguntas a las que nunca
supo responder. Preguntas que formulaba en voz alta incluso mientras caminaba
por la calle y la gente le miraba como se mira a los tipos que hablan solos con
la vista persiguiendo los pies o con la cabeza colgada en una nube o peor aun
en la luz de una farola. No podía dar explicaciones porque aun no tenía las
respuestas. Abrió y la puerta y entró. Saludó levantando la cabeza, rozándose
la frente como si se tocara el ala del sombrero que no llevaba y se acercó a la
barra. Cuando lo vio el barman puso el vaso corto sobre la barra y lo llenó de
bourbon hasta el borde. “¿Te has fijado en la chica que se ha cruzado contigo
en la puerta? Por una mujer así le regalaría mi alma al diablo”, le dijo.
Después sonrió, dejó la botella junto al vaso y siguió limpiando la barra.